En los momentos difíciles, sosténlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.

lunes, 29 de octubre de 2012

"Que la bondad de ustedes sea conocida por todos"

Resulta que también la Comunidad San Francisco Javier eligió lema de misión. Esa que realizaremos en Enero de 2013 en Ranchos, cerquita de Chascomús.
"Que la bondad de ustedes sea conocida por todos"
Me pareció muy interesante para trabajar. Porque creo que un misionero lleva algo más que un mensaje bonito de amor y paz. Mucho más. Y ese mensaje que lleva, el de la justicia practicada por Jesús, se hace desde la vida misma, desde el ejemplo, desde la transparencia en todo momento. La bondad de los misioneros, que practican puertas adentro no debe quedar ahí. Todo el mundo (En este caso la comunidad de Ranchos) debe conocerla, debe conocer su manera de laburar, sus ganas, sus miembros, su historia, sus acciones, sus obras.
La bondad de los misioneros de un grupo de jóvenes se demuestra en cada acción, en cada encuentro entre ellos, en como transpiran la camiseta, en como permanecen unidos en la adversidad, en como se llevan, se bancan, se alientan, se abrazan, se levantan, se animan, se amigan, se hermanan.
Yo me imagino que si una comunidad, ya sea Ranchos, Río Luján o cualquiera, conoce estas cosas de San Francisco Javier, tendrá ganas de hacer lo mismo. Creo que la misión también pasa por ahí, por mostrar absolutamente todo desde el corazón. Mostrar la bondad que nos hace participar de tantas cosas, a pesar de ser muy distintos. 
Decía San Francisco Javier: "Ay de mi sino anuncio el evangelio" Y anunciar forma parte de la misión. Y la misión es un acto de bondad que se realiza no solo desde las palabras, sino también desde el corazón y desde las manos. Esas que se ensucian, se embarran, se manchan con tal de cambiar la realidad. 
Ojalá que la bondad de mi comunidad sea conocida por todos, que la bondad de mis misioneros sea conocida por todos, que el corazón de esas hermosas personas lleguen a todas, en este caso, las personas de Ranchos.

martes, 23 de octubre de 2012

Ser todos Uno solo

Y resulta que, promediando Octubre, el grupo misionero San Patricio de la Parroquia Nuestra Señora de Aránzazu de San Fernando, tiene lema de misión. Es que, siempre que Tata Dios acompañe, en Diciembre estaremos visitando nuevamente el barrio Río Luján, pegadito a Manzanares, partido de Pilar.
"Que todos sean uno para que el mundo crea"
Es el pedido de Jesús a su padre en el evangelio de San Juan. Cuando se propuso la frase, previo a elegirla definitivamente, pensé en cual era la misión que teníamos que realizar en el barrio. Pensé que en mis primeros días en Diciembre del año pasado había notado la poca participación de las personas en la capilla. Es cierto que hace muy poquito fue levantada pero noté la necesidad de una comunidad, de formar una comunidad.
Y no es fácil formar una comunidad. Pensé en muchísimas cosas que uno tiene que dejar de lado cuando se predispone a trabajar en una comunidad. Porque no importan las diferencias, las opiniones, lo que importa es tirar todos para el mismo lado. Y hacerlo desde la diversidad de, justamente, opiniones y diferencias.
Para misionar en el mundo de hoy, llevar el mensaje de Jesús que vence la opresión, la injusticia, la discriminación, la violencia, el odio; necesitamos estar unidos, estar hermanados, formar comunidades. En fin, necesitamos ser Uno. Como Jesús y el Padre.
Me parece que nuestro objetivo es ese, que nazca una comunidad, viva, hermanada, en Río Luján. Con gente con ganas de trabajar por esos pibes. Es nuestro objetivo lograr que se trabaje ahí. Una localidad pegada, muchos barrios privados muy cerca. Muchos orígenes para una futura comunidad, que deberá entender que todos juntos son uno solo.
No es fácil. Pero no es imposible.
Esa futura comunidad, que trabajará (Perdón si hablo desde utopías) por los pibes de ese barrio, luchará para que, justamente, esos pibes crean. No me importa si después creerán o no en Jesús exactamente o la iglesia. Pero que crean que vale la pena vivir, que crean que pueden, que tengan esperanza, que valen. Porque dentro del olvido y la pobreza de muchos de ellos, es casi imposible que crean en ellos mismos. Que crean que puedan tener un futuro. Y para alguien que lo ha visto con sus propios ojos, no hay nada mas triste que eso.
Por eso querido Dios, Que todos sean uno para que el mundo crea...Perdón: Que todos sean uno para que Río Luján crea.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Río Luján: Día 6

"Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14)

Y así, casi sin darme cuenta, entre el calor y el cansancio, llegué con San Patricio a la última jornada entera en el barrio Río Luján, cerquita de Manzanares, partido de Pilar. Había dormido poco, muy poco, pero me levanté con muchas ganas de disfrutar el día. Iban a ser unas horas muy emotivas. Oración con la cruz tau, desayuno y a ponernos en campaña.
Desde que llegamos al barrio habíamos escuchado mucho sobre una cosa: "El Monte". Pero muchas cosas: "Uh, podrían ir al monte, allí hay un par de casas bien alejadas de todo" "Son unas pocas familias que viven con casi nada, allá donde la memoria no suele llegar" "Ni se les ocurra acercarse al monte, siempre roban, violan, esas cosas" La cuestión es que nos generaba un poco de intriga, mezclado con miedo y emoción. Y habíamos dicho que el último día (Ya con el resto de las manzanas visitadas) íbamos a irnos todos juntos al famoso monte, a ver que onda.

Así que como una verdadera comunidad, salimos todos caminando en dirección al río. Un par de cuadras después, nos encontrábamos sobre las últimas calles del barrio. Allí donde el río suele hacerse presente cuando hay sudestada o marea. Las casas de aquella parte del barrio son precarias, bien humildes, y entre esas calles nos fuimos dirigiendo a nuestro objetivo. Las personas de aquellas casas nos saludaban, muchas ya habían sido visitadas. ¡Cuánta calidez del corazón y agradecimiento hay en aquellas familias!
Un par de cuadras después (Que parecían varios kilómetros por como iba cambiando el paisaje) nos encontramos de repente con un camino que se abría paso entre los árboles del bosque. Sin dudarlo comenzamos a caminar, casi en fila india, por aquel caminito, que cada unos cuantos metros se abría en otros más pequeños. Era una mezcla de aventura y locura, que es más o menos lo mismo. Pero sentía una gran emoción caminando por allí con mis misioneros.
Un rato después divisamos una casa, ¿Sería una de esas famosas casas que estaban al márgen del río? Nos acercamos despacio y aplaudimos desde la cerca, con un poco de temor. Nadie respondió. Volvimos a hacerlo y nuevamente el silencio. Seguimos el trayecto, más allá de no haber podido charlar con nadie, en definitiva si había una casa ¿Por qué no habría varias más? Así que la ilusión y las ganas no desaparecieron.
Tiempito después nos encontramos en el río. No era fácil acercarse, muchos árboles, una pequeña barricada pero pudimos sacar algunas fotos. Era como si nos encontráramos en el medio de la selva en algún país lejano, como en las películas, pero sin embargo estábamos acá no más, a unos kilómetros de la "Civilización"
Decidimos bordear el río hacia el lado del barrio y ver con qué nos encontrábamos. Es que, además del monte, nos habían hablado de un puente. Un puente por donde pasaba el tren seguramente con más frecuencia que ahora. Era como una especie de lugar místico para los jóvenes de otra época. Era allí, según nos decía, donde realmente terminaba Río Luján, por más que solo fuera selva. Así que, si ya estábamos en el monte, ¿Por qué no llegar al puente, al famoso puente?

Bordeando el río fuimos caminando, nos encontramos con un camino un poco más angosto que el anterior. Nos cruzamos a un caballo en el medio, al chasis de lo que alguna vez había sido un auto (Estaba como si hubiese sido incendiado, lo cual me hizo pensar que no quería saber como había llegado ahí) y una especie de barrera que bloqueaba el camino. Que en realidad eran unas ramas de un árbol caído, que tenían bastantes espinas. Pero más allá de parar y sacar algunas fotos o de comernos algún dolor por las espinas (¿Coincidencia con Aranzazu? ¿Quién sabe?) seguimos caminando. De repente nos cruzamos con una camino que volvía hacia el barrio, y desde allí se veían unas casas. Y una, sobre todo, se veía bastante cerca. Era precaria, muy precaria y estaba rodeada de basura. Había un carro cerca y algunos animales, entre ellos unos cachorritos recién nacidos. Con algunos nos dirigimos a la casa y llamamos a la puerta, al toque nos salió al encuentro un hombre de unos treinta años. Recuerdo que en su cara llevaba las marcas de una vida difícil. Nos recibió con muchísima alegría y nos contó de su vida, su infancia dura, sus trabajos en la difícil ciudad, sus trabajos de cartonero, su familia, etc. Nos mostró como se construían, con lo poco que podían, su casa. No hacía mucho que estaban allí, tenían un nene chiquito y vi como, a pesar de todo, se notaba la presencia de Dios allí. Fue una hermosa charla sobre la vida, la ciudad, Dios, nuestras vivencias, y un poco más. Un rato después todos los misioneros entraban al terreno para ver los cachorritos recién nacidos, y jugar con ellos. Fue un hermoso rato, una caricia al alma.
Nos despedimos y vimos algunas casas más, así que un par se fueron para allá, a golpear puertas. Los demás seguimos con nuestro camino, ese mismo que antes bordeaba el río y que ahora parecía que se había alejado.
Ya parecía que esas famosas casas sobre el margen de río no existían, o bien, eran esas que nos habíamos cruzado un ratito antes. Pero igualmente seguimos caminando, aunque sea por una foto en el, a esa altura, tan deseado puente.
Y un rato después vimos un puente, parecía abandonado y no era muy grande. Teníamos que subir hacia el terraplen sobre el que se alzaban las vías. Como grupo lo subimos y al ver que no eran tan grande dijimos de cruzarlo.
Es curioso, a veces cuando menos seguro estas de una cosa es cuando con más decisión decís: Hagámoslo. Y así fue como, aunque seguramente algunos se morían por el miedo a la altura, todos dijimos de cruzarlo, En definitiva no era mucha la altura y tampoco muy largo, así que ¿Por qué no? A algunos le costó, el vértigo suele jugar malas pasadas, y alguno quiso pegar la vuelta pero las ganas de hacerlo todos juntos fue más fuerte. Entonces habiéndolo cruzado seguimos caminando sobre las vías. A esta altura, creo que nada nos importaba, sólo seguir caminando, ver hasta donde llegaríamos como comunidad. Las vias se abrían paso entre la maleza. ¿Nos habremos preguntado si todavía pasaba el tren?
Lo que sé es que después de un tiempito de caminata, llegamos a un segundo puente. Era más grande que el anterior, más largo, parecía más difícil cruzarlo. Algunos se mandaron de una, otros fuimos admirando todo el momento, pero otros dudaron, no querían saber nada.
¿Cruzarlo o no cruzarlo? ¿Volver? ¿Qué habría después? ¿Tenia que ver esto con la misión?
Entre las dudas y el no se qué, me acuerdo que sentí mi voz que decía: "O lo cruzamos todos o no lo cruza nadie"

Jamás voy a saber si alguien escucho cuando dije eso, si alguien lo escuchó y sintió que tenía razón; la cuestión es que de repente estábamos todos juntos cruzando el puente. Algunos ayudaban a otros, una comunidad, viva, hermanada, solidaria. Era una lástima que faltaran algunos en esa experiencia. Recordé la película "Cuenta conmigo", la escena donde cruzan un puente (Obviamente mucho más grande que éste) y se repente llega el tren, la banda sonora todo el tiempo sonando en mi cabeza.
Yo no sé el resto, esa mañana vi luz en mis misioneros.
Una foto todos los que estábamos ese día, algunas risas sobre el río. anécdotas, una vaca apareciendo de la nada, más fotos, un hermoso momento. Al cruzar el puente no me encontré con más casas, sólo la vía que seguía abriéndose paso hacia lo lejos. No había nada raro, nada del otro mundo. Pero si había soñado con esa vía, si había sentido el sentimiento durante todos esos días de que tenía que ir ahí, era por algo. Y solo ver las caras de todos me hizo darme cuenta por qué. Cruzar el puente valió la pena porque nos hizo encontrarnos a nosotros mismos, nos hizo ver como comunidad, como hermanos, llevando luz a todo el mundo. Y como buenos misioneros teníamos que llevarnos luz entre nosotros. Fue encontrarnos como amigos de ese hippie de hace dos mil años, ver como tendíamos la mano al otro, como nos movíamos juntos.

Me fui con algunos más a ver que había más allá en las vías. Unos metros después aparecía otro puente y a lo lejos un barrio privado. Las vías, obviamente, seguían y seguían más allá. No me importó, yo ya había encontrado lo que había ido a buscar. Enorme emoción se llevó mi corazón mientras volvía.
Quizás podría contar sobre la vuelta bajo los rayos del sol, o sobre el almuerzo contándole al Padre Marcelo y a los que no habían estado sobre el puente. Quizás podría contar sobre el descanso donde empezamos a arreglar la vuelta, donde nos seguimos riendo y emocionando por lo vivido. Quizás podría contar sobre los nenes, que vinieron a jugar como todos los días. O de como hicimos unos manteles con pedazitos de tela, simbolizando que estamos unidos, que estamos tejidos entre todos en el amor de Jesús. Podría contar sobre la última misa. Pero no, me quedo con la noche, con el fogón de la noche. Con el barrio, festejando la misión, el encuentro de dos comunidades. Es cierto, eran muchísimos nenes y unos pares de adultos. Pero ¿quién sabe? Quizás allí está el comienzo de una comunidad. Era más gente, en definitiva, que cuando llegamos y nos recibieron solo un par de señoras. Quizás con mas movimiento podríamos hacer algo más.
Repartimos velas entre todos, encendidas con la luz del fogón. Las velas iluminaron el jardincito lindero a la capilla, pero en realidad todos sabemos que algo más iluminaba allí.
La luz del mundo, los jóvenes haciendo presencia. ¿Qué importa la religión? ¿Qué importa la política? El amor es la fuerza más maravillosa y fuerte de todas. Ahí estábamos haciendo gestos de amor y eso es lo que vale. Eso es lo que enseñó Jesús.
Con emoción vi a todos despedirse de cada uno de los nenes. Nos reunimos para cerrar nosotros también la misión, poder hacer un balance, fue un rato fuerte, intenso. Aquella noche no quise dormir, no tenía ganas, solo quería disfrutar el momento, disfrutar de todo lo que mi corazón experimentaba. Tuve varias charlas juntas, varios mates compartidos, varios abrazos; debajo de las estrellas vi a la comunidad San Patricio cerrando su primera experiencia misionera.

En alguna hora alta de la noche, el sueño me venció y me tire en el medio de la capilla. Algunos pasaban a saludar y decirme "Hasta mañana". Me quedé dormido sobre el hombro de alguien y desperté como si estuviese escrito en medio de la noche, pero alguien justo entraba. Una de las misioneras se sentó al lado mío y comenzamos a charlar. Todo lo vivido durante el día, durante las últimas horas, lo vivido aquellos días en Río Luján, el camino durante el año, el trabajar convencido que esos pibes valían oro. Recordé a Jesús y sus apóstoles, sus amigos, recordé la misión, mi vida en la parroquia, recordé y pensé en cada uno de los chicos, en su crecimiento, en todo lo que habían dado. Pensé en cómo seguiría esto, charle con mi amiga sobre cada una de las cosas que nos preocupaban, sobre nuestros dolores, alegrías, emociones al fin. De esas charlas que solo ocurren una vez cada tanto, y solamente con alguien que es muy especial. Recordé, pensé, hablé y solo hice lo que sentí. Lloré. Me apoye sobre su hombro y lloré. Y lloramos, largo rato y en silencio, abrazados. Lloramos y lloramos juntos.
Quizás fue por la emoción o no se qué, muy rápido se me pasó la vuelta al otro día, el desarmado de la capilla y el armado de bolsos. Quizás por eso Río Luján terminó, para mí, aquella noche, la última noche, con Manuela, llorando. Cuando juré, sin dudarlo y con Jesús de testigo, que algún día iba a volver a misionar en Río Luján.
Y pienso hacerlo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Río Luján: Día 5



“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación”. (Mc 16,15)


El Jueves amaneció con el canto de los pájaros, los pocos que se bañaban a esa hora y algunos mates de por medio. Aunque ese día, entre el calor y mis queridos misioneros, cedí y desayuné una buena chocolatada. Aunque en el fondo sentí que traicionaba a mi querido mate.


¡Pocas cosas más lindas que arrancar el día con personas que uno ama! Es arrancar con una sonrisa, es reirte desde el principio del día, es sentirte bien en comunidad, comunidad de hermanos. Me imagino, e imagine esa mañana, a los primeros misioneros, a los discípulos de Jesús viviendo en las primeras comunidades. Entre la misión y la persecución, seguramente tenían sus charlas, sus bromas, se bancaban entre ellos, se escuchaban, compartían el pan. Imagino sus desayunos en comunidad, sus tareas durante el día, sus cenas a las noches y sus balances del día.

Aquel día nos fuimos nuevamente al otro lado de la avenida, a la otra parte del barrio. Esta vez, cosa que suele pasar los últimos días de una misión, recorrimos algunas manzanas varias parejas y medio mezclándonos nos dirigimos a golpear puertas. Así fue que no misioné aquel día con mi compañera de todos los días pero lo hice con dos grandes amigos, dos personas, dos corazones que me llenan por el crecimiento y camino personal de ambos.


Aquella mañana caminamos al costado de la Panamericana, y recorrimos las casas que estan casi sobre ella. Estuvimos en varias casas donde viven algunas personas desde que, prácticamente, se había creado el barrio. Muchas historias, anécdotas, etc.


Recuerdo con especial cariño una casa donde nos atendió el señor y la señora de la casa que viven allí hace bastantes años. Fue una linda charla larga en la puerta de su casa. Escuchar con atención al otro, sin importar si habla de tal o tal tema. ¡Cuánto hace falta en este mundo que la gente abra su corazón al otro! No importa en qué barrio sea, en qué pueblo, con qué velocidad: Siempre la gente termina abriéndose, porque en el fondo lo necesita y le hace bien.


Son momentos donde no importa el calor que golpea fuerte, el sol que no se va, el cansancio o el sueño, o el reloj que te corre porque tenes que volver para el almuerzo. Son como pequeños momentos eternos y divinos donde la presencia de Dios se hace más fuerte que nunca.


Así llegué al almuerzo en el merendero de Margarita, humilde servidora del barrio, que todos los días le sirve la merienda a más de cincuenta chicos. Solo quería almorzar rápido y descansar un ratito, ya que después venían los chicos de San Francisco Javier, la otra comunidad de jóvenes (En su mayoría mas grandes en edad) a la que también pertenezco. Venían de visita, a compartir un día misionero, a compartir a Jesús. Es que todos somos jóvenes, de la misma parroquia, y todos perseguimos el mismo fin. Ambos grupos caminan juntos, a pesar de que algunos tengan un camino más largo que otros. Seguramente para ellos, como para mí, les pasó de sentirse orgullosos. Muchos de los chicos de San Patricio estaban ahí por ellos, porque fueron catequistas, guías, amigos, etc.


Así que al llegar sentí una emoción muy fuerte, fue una tarde hermosa. Vinieron, como siempre, los chicos a jugar y compartir la catequesis y la merienda también con los jóvenes de San Francisco llevaba un plus muy rico. También la misa lo tuvo.


Y al llegar la noche, antes de irnos a cenar, pude bañarme en la casa de una familia del barrio que nos recibió con mucha amabilidad. Y bien limpio me fui a compartir la cena, una ricas pizzas, esta vez en el merendero, con los chicos de San Francisco Javier. Fue un hermoso momento, de esos que llenan, de esas noches donde compartís, compartís y compartís. Entre el deseo de éxito, la bendición y un beso, los chicos se fueron. Tenía, como pocas veces, el corazón lleno. Sólo quería compartir la oración de la noche y descansar.


Y así fue...Por lo menos la primera parte. Una hermosa y sincera oración de dos de las chicas. Y cuando quise dormir me encontré charlando.


Lo que sucede en las misiones es que uno no solo parte hacia el encuentro con Dios, con el prójimo y con uno mismo sino también del que tiene al lado. Del compañero, del amigo, del otro miembro de la comunidad. Esa noche tuve tres charlas hermosas. Reconozco que la última ya casi me dormía parado pero no importaba. Fue un encuentro con Jesús, reconociéndolo en la otra persona. Fue compartir la vida un ratito, con personas que quizás uno cree saberlo todo o bastante.


Cuando me acosté volví a pensar en el día y en la visita de los chicos de la otra comunidad. Y recordé el evangelio de Marcos. "Vayan y anuncien" Eso exactamente estábamos haciendo, eso exactamente eso es lo que hacemos durante el año, durante todos los momentos que nos tocan vivir. Divididos en comunidades, en áreas, como sea, pero anunciando, llevando el mensaje de Jesús. Ya sea con la palabra o haciendo pero anunciando en fin.


Me sentí, y me siento, orgulloso de formar parte de mi parroquia, de mis comunidades, de este hermoso grupo de jóvenes. Haremos cosas bien, haremos cosas mal, pero siempre sé que nos tenemos el uno al otro. Y no hay nada más hermoso en el mundo que sentir que no se está solo en la vida. Gracias misioneros- Me dije a mi mismo- por entrar en mi vida.


Gracias querido barba, porque sabios son tus caminos cuando elijes cruzarnos con las personas. Porque sabios con tus caminos cuando juntas a las personas para ayudar a otras personas.

lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Qué sentiste?

Quisiera saber, Señor, ¿Qué fue lo que sentiste?
¿Qué fue lo que sentiste cuando nadie siguió tu camino?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el odio fue mas fuerte que el amor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la hipocresía y la soberbia reinaron entre los "tuyos"?
¿Qué fue lo que sentiste cuando se llenaron de palabras y no de acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que todos pusieron excusas?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el mundo se volvió cómodo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el hombre se dejó vencer por el dolor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando tu iglesia se prostituyó?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los que hablaban en tu nombre hicieron exactamente todo lo contrario a lo que tu nombre dice?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la injusticia reinó desde lo más interno de quienes hablaron y hablan en tu nombre?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas dejaron de creer en las buenas acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" transaron con el sistema?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" se dedicaron horas en reunirse y no en salir a la calle?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el reino se fue a la mierda?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los soberbios ocuparon tu lugar?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los mercaderes del templo ocuparon absolutamente todo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas olvidaron el perdón?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que las personas ya no te sentían?

jueves, 30 de agosto de 2012

Río Luján: Día 4

"Oren sin cesad" (1Tes 5, 17)

El cuarto día tuvo el comienzo más extraño de toda mi misión. Simplemente un hecho: No lo arranque en el barrio, sino en mi casa. Débil, cansado, pero también cómodo. De una manera extraña aparecí cerca de las 8 de la mañana en Río Luján. Llegué para el desayuno, para el comienzo del día. Sólo quería abrazar a todos, tomar mate y salir a las calles.
Recuerdo, sobre todo, un abrazo hermoso. El de esas personas que tanto había pensado estando en mi casa la anoche anterior. Y en seguida, me sentí en la misión nuevamente.
Uno de los chicos se había ido por un motivo, así que esa mañana salimos a misionar de a tres. Con mis dos compañeras (La de todos los días y la de ese día en especial) nos fuimos hacia la otra punta del barrio, cruzando la avenida, casi sobre la Panamericana. Una zona menos pobre, con varias casas y en notable crecimiento. Con el calor de Diciembre en nuestras frentes, caminamos entre las casas en busca de nuestra manzana. Al llegar, nos pusimos en la tarea de golpear puertas. Después de un par de intentos nulos, encontramos la casa de una señora. En sus años entrados vivía para el cuidado de sus nietos y con la tranquilidad de tener a uno de sus hijos con su familia viviendo atrás.
Recuerdo una charla sincera, tranquila, de temas varios, con aquella señora. Mate va, mate viene, charla, anécdota, recuerdos, sociedad, política. ¡Es tan bello misionar! Hablando de cualquier cosa, siempre lo importante es hablar, escuchar, comunicarse, salir al encuentro del otro. En la era de la comunicación, de la tecnología, nos cuesta tanto saber qué piensa, qué opina el otro. Saber qué siente. Así nos encontramos habiendo pasado buena parte de la mañana. La recuerdo contando que creía que la casa del hijo estaba endemoniada o algo así. La recuerdo también, como muchas otras personas, extrañada por la presencia de jóvenes en el barrio, durmiendo en la capilla, recorriendo casas, jugando con nenes, hablando de Jesús.
Jesús...Ese día lo pensé tanto, como siempre, pero de otra manera. Lo imaginé misionando y me preguntaba cómo iba encontrando fuerzas, ganas, etc. Me lo imaginé en constante oración y me pregunté cómo sería. Pensé tanto en eso durante ese día que de repente me encontré rezando durante varios momentos. Casi sin darme cuenta, le pedía a Dios por esa señora, por aquel barrio...
Cerca del mediodía nos pusimos a charlar con un señor en la puerta de su casa. Hermosa charla debajo del sol. Una historia interesante, venidos de Tucumán, anécdotas de pueblo, de fé, de vida. Nos encontramos ideando una procesión desde aquella parte del barrio, alejada del resto. Porque si bien eran un par de cuadras, esa avenida separaba mucho. Recuerdo también, sin darme cuenta, encontrarme rezando por aquel hombre, por su familia.
Y bajo el sol nos pusimos en camino al Merendero para almorzar, y en aquella comida nuevamente lo mismo: Me encontraba rezando, pidiéndole a Dios por mis misioneros, por todo lo que estaba aprendiendo de ellos, por todo lo que me transmitían, por todo lo que representaban y representan para mí. Me encontré rezando por los chicos que unas horas más tarde vendrían a jugar.
Y fue esa tarde que también viví un momento intenso. Fue la tarde en que aquel nene me contó, me deslizó que creía en Jesús, que lo había "visto". Nunca supe, y en realidad mucho no quise saber, a qué se refería con haberlo visto. Pero la sonrisa cuando me dijo eso no me la borro más. Quizás solo fue un nene diciendome lo primero que se le ocurría en la cabeza pero en el fondo me marcó. De repente tuve enormes ganas de agarrar la guitarra y ponerme a cantar. Y así fue, tomé la viola, busqué la voz más maravillosa de todas y nos pusimos a cantar con aquellos pibitos de Río Luján.
Fue una de las tardes más lindas que viví en mi vida. Y sí, efectivamente, me encontré rezando mientras cantaba, me encontré rezando mientras servía la merienda, mientras explicábamos la señal de la cruz a los nenes...
Tanto recé ese día que también estuvimos adorando un rato en la capilla. No recuerdo haber ensayado ese día ni tampoco haber preparado la adoración en esos días. Pero tampoco recuerdo haber tocado mejor que esa vez o escuchar tan hermosas voces como la de aquella oportunidad. Un rato, para nosotros, sin ensayo, solo con el amor de entregarnos a Dios.
En la cena de esa noche pensé en por qué había estado rezando todo el día y me acordé de algo: Esa noche daba, con mi compañera de misión, una oración para todo mi grupo. Y en mis pensamientos de aquellos días siempre había estado presente una imágen: Jesús caminando pueblo a pueblo, misionando, esperanzando a la gente. Y me lo imaginé de la única manera que pudo haber sido: Pobre.
Jesús descalzo, con poco y nada, con algunos amigos yendo de acá para allá. Haciéndose pobre para sanar a los pobres. Pobre que, en definitiva, somos todos.
Jesús que combate la pobreza desde la pobreza.
Así que aquella oración de la noche solo podía girar en una cosa: La pobreza. El hacernos pobres: Dormir en el suelo de la capilla, bañarnos en aquella improvisada ducha, comer lo que había, cargar con el sueño, el cansancio y el calor.
"Hazme pobre, siempre pobre" cantamos todos y eso le pedí a Dios e invité a todos a hacer lo mismo. Ser misionero es ser pobre, llevar la pobreza de Jesús en el corazón. Esa que nos llama a, justamente, combatir la pobreza, la opresión, las injusticias de nuestro mundo. Este mundo que tanto amor le hace falta.
Cerré los ojos aquella noche de Miércoles dándome cuenta que, durante todo el día y durante todos esos días, estaba siendo testigo del Amor.

jueves, 19 de abril de 2012

Río Luján: Día 3

"Dejen que los niños vengan a mi" (Mt 9,14)

Cuando transitas más de un día misionando, comienzan a aparecer las incomodidades y se empiezan a manifestar en el cuerpo de uno. No solo físicamente sino también emocionalmente. 
Aquel Martes me desperté con cansancio y algo que no andaba bien dentro mío. Un poco débil y con mucho calor. Pero poco me importó a la hora de ponerme en marcha en mi jornada misionera. Un desayuno en comunidad, preparado por mi compañera y por mí (Con donación de galletitas y pan incluida) y una bonita oración. Puesto en manos de Dios comenzamos con tareas "administrativas" Repartir manzanas, tachar otras que no existían, etc. Brindé mi bendición a dos de las chicas y viví una mañana diferente. Es que a veces, en una misión, hay que hacer otras tareas.
Salí con mi compañera y uno de los misioneros a recorrer el barrio. De punta a punta, con el objetivo de comprobar los mapas que nos habían dado. ¿Cuántas manzanas había? ¿Dónde terminaba el barrio? Bajo el sol pero con muchas ganas nos dedicamos a la tarea. Fuimos recorriendo Río Luján, con los pies en la calle y con los dedos en el mapa. Llegamos a uno de los límites y bordeamos por la última de las calles, fuimos yendo hacia el río, mientras la poca urbanización desaparecía (En cuestión de un par de cuadras) y nos metíamos en la nada, en el campo que más allá se hacía selva. Nos fuimos yendo y metiendo, hasta entrar en un camino, corto, angosto que se metía entre árboles y vegetación en la nada. Lo que las personas de allí llamaban "El Monte", aunque solo estuviera a unos cuantos metros. Con sorpresa descubrimos una casa, media perdida, habitada por lo que vimos, pero nadie apareció. Llegamos, un rato después, al margen del río y seguimos por ahí hasta pegar la vuelta y salir, aparecer, en una de las calles del barrio. 
Seguimos caminando y nos dirigimos a la otra punta. Volvimos a la capilla, tomamos agua y seguimos. Cruzamos una pequeña avenida, que lleva a Manzanares, y nos metimos del otros lado. A un barrio encajado entre un gigantesco barrio privado, un club y la Panamericana. Un par de cuadras, pintorescas que también debíamos misionar. Contamos las cuadras y por simple curiosidad caminamos hacia el lado de Manzanares, pateando entre los barrios privados. Un contraste terrible y triste. La pobreza del barrio y la riqueza de los "barrios". Casi derretidos pegamos la vuelta, habiendo confeccionado un mapa nuevo con las manzanas y casas que nos faltaban visitar. 
En el almuerzo la misión ya tenía eje para los próximos días. Así que tranquilo, aunque raro por dentro, descansamos un rato. Aunque no fue muy descanso, mucha música, mucho ensayo. Esas tardes bajo la sombra del pequeñito árbol del jardín de la capilla con la mejor de las compañías son uno de los grandes recuerdos de esos hermosos días.
Pero el gran momento del día llegaría unas horas después, cuando de la nada, sin esperarlo, el jardín de la capilla y la calle misma se llenaron de nenes. Parecía que todo el barrio estaba ahí. Creo que la emoción del primer día se convirtió en un poco de nerviosismo: "¿Ahora que hacemos?" Recuerdo estar limpiando la herida de un nene mientras otro me preguntaba quiénes eramos nosotros y por qué hacíamos esto. Creo que no encontré respuesta. 
En todas mis experiencias misioneras, siempre hay un día con los nenes que te marca el click. De repente las cosas cambian y la misión se vuelve de otro color. Es como que en medio del caos siempre aparece Jesús para reflotar en el corazón de todos. Aquel día creo que apareció para seguir dando aliento, para poner paz pero también recordando: "Dejen que vengan a mi". O sea, si la capilla tenía que llenarse de nenes, no era voluntad nuestra sino de él. Y nosotros solo eramos, somos, servidores del amor de Jesús, instrumentos de su paz, herramientas para construir un mundo mejor. ¿Y por dónde empezar sino es por los más chicos?
Recuerdo no haber pensado nada de esto en ese momento. Veía a mi querida comunidad San Patricio de acá para allá y pensaba, sentía, el cansancio que tenía encima. Algo, evidentemente, no estaba bien dentro mío. Maldita sangre y maldita mala memoria de olvidarme las inyecciones...
La misa de ese día fue rara, la capilla de a poco se iba llenando pero los nenes no parecían comportarse como, aparentemente, se debe. Y pensé: "La prefiero con menos gente pero bien" Sin embargo volví a recordar a Jesús. 
Al caer la tarde el cansancio por tantas corridas con los nenes había dejado un clima raro, mitad desaliento mitad desánimo. Y yo al borde del desmayo. Pensé en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme...
Casi a la medianoche, con dolor, decidí pegar la vuelta. Pasar una noche en casa, con inyección incluida para poder estar 10 puntos al otro día. Fue uno de los momentos más dolorosos pero también el rebaño debe crecer decía el pastor.
Le pedí a Dios por los chicos del barrio. Le pedí que no apague jamás el impulso que habían sentido por ir a jugar con nosotros. No me importó, después, si iban a hacer cualquiera o si prestaban atención. Por algo se empieza, y ese algo siempre suele ser el llamado de Dios. Le agradecí por conocer personas tan hermosas y con suero en sangre me fui a dormir.