En los momentos difíciles, sosténlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.

jueves, 30 de agosto de 2012

Río Luján: Día 4

"Oren sin cesad" (1Tes 5, 17)

El cuarto día tuvo el comienzo más extraño de toda mi misión. Simplemente un hecho: No lo arranque en el barrio, sino en mi casa. Débil, cansado, pero también cómodo. De una manera extraña aparecí cerca de las 8 de la mañana en Río Luján. Llegué para el desayuno, para el comienzo del día. Sólo quería abrazar a todos, tomar mate y salir a las calles.
Recuerdo, sobre todo, un abrazo hermoso. El de esas personas que tanto había pensado estando en mi casa la anoche anterior. Y en seguida, me sentí en la misión nuevamente.
Uno de los chicos se había ido por un motivo, así que esa mañana salimos a misionar de a tres. Con mis dos compañeras (La de todos los días y la de ese día en especial) nos fuimos hacia la otra punta del barrio, cruzando la avenida, casi sobre la Panamericana. Una zona menos pobre, con varias casas y en notable crecimiento. Con el calor de Diciembre en nuestras frentes, caminamos entre las casas en busca de nuestra manzana. Al llegar, nos pusimos en la tarea de golpear puertas. Después de un par de intentos nulos, encontramos la casa de una señora. En sus años entrados vivía para el cuidado de sus nietos y con la tranquilidad de tener a uno de sus hijos con su familia viviendo atrás.
Recuerdo una charla sincera, tranquila, de temas varios, con aquella señora. Mate va, mate viene, charla, anécdota, recuerdos, sociedad, política. ¡Es tan bello misionar! Hablando de cualquier cosa, siempre lo importante es hablar, escuchar, comunicarse, salir al encuentro del otro. En la era de la comunicación, de la tecnología, nos cuesta tanto saber qué piensa, qué opina el otro. Saber qué siente. Así nos encontramos habiendo pasado buena parte de la mañana. La recuerdo contando que creía que la casa del hijo estaba endemoniada o algo así. La recuerdo también, como muchas otras personas, extrañada por la presencia de jóvenes en el barrio, durmiendo en la capilla, recorriendo casas, jugando con nenes, hablando de Jesús.
Jesús...Ese día lo pensé tanto, como siempre, pero de otra manera. Lo imaginé misionando y me preguntaba cómo iba encontrando fuerzas, ganas, etc. Me lo imaginé en constante oración y me pregunté cómo sería. Pensé tanto en eso durante ese día que de repente me encontré rezando durante varios momentos. Casi sin darme cuenta, le pedía a Dios por esa señora, por aquel barrio...
Cerca del mediodía nos pusimos a charlar con un señor en la puerta de su casa. Hermosa charla debajo del sol. Una historia interesante, venidos de Tucumán, anécdotas de pueblo, de fé, de vida. Nos encontramos ideando una procesión desde aquella parte del barrio, alejada del resto. Porque si bien eran un par de cuadras, esa avenida separaba mucho. Recuerdo también, sin darme cuenta, encontrarme rezando por aquel hombre, por su familia.
Y bajo el sol nos pusimos en camino al Merendero para almorzar, y en aquella comida nuevamente lo mismo: Me encontraba rezando, pidiéndole a Dios por mis misioneros, por todo lo que estaba aprendiendo de ellos, por todo lo que me transmitían, por todo lo que representaban y representan para mí. Me encontré rezando por los chicos que unas horas más tarde vendrían a jugar.
Y fue esa tarde que también viví un momento intenso. Fue la tarde en que aquel nene me contó, me deslizó que creía en Jesús, que lo había "visto". Nunca supe, y en realidad mucho no quise saber, a qué se refería con haberlo visto. Pero la sonrisa cuando me dijo eso no me la borro más. Quizás solo fue un nene diciendome lo primero que se le ocurría en la cabeza pero en el fondo me marcó. De repente tuve enormes ganas de agarrar la guitarra y ponerme a cantar. Y así fue, tomé la viola, busqué la voz más maravillosa de todas y nos pusimos a cantar con aquellos pibitos de Río Luján.
Fue una de las tardes más lindas que viví en mi vida. Y sí, efectivamente, me encontré rezando mientras cantaba, me encontré rezando mientras servía la merienda, mientras explicábamos la señal de la cruz a los nenes...
Tanto recé ese día que también estuvimos adorando un rato en la capilla. No recuerdo haber ensayado ese día ni tampoco haber preparado la adoración en esos días. Pero tampoco recuerdo haber tocado mejor que esa vez o escuchar tan hermosas voces como la de aquella oportunidad. Un rato, para nosotros, sin ensayo, solo con el amor de entregarnos a Dios.
En la cena de esa noche pensé en por qué había estado rezando todo el día y me acordé de algo: Esa noche daba, con mi compañera de misión, una oración para todo mi grupo. Y en mis pensamientos de aquellos días siempre había estado presente una imágen: Jesús caminando pueblo a pueblo, misionando, esperanzando a la gente. Y me lo imaginé de la única manera que pudo haber sido: Pobre.
Jesús descalzo, con poco y nada, con algunos amigos yendo de acá para allá. Haciéndose pobre para sanar a los pobres. Pobre que, en definitiva, somos todos.
Jesús que combate la pobreza desde la pobreza.
Así que aquella oración de la noche solo podía girar en una cosa: La pobreza. El hacernos pobres: Dormir en el suelo de la capilla, bañarnos en aquella improvisada ducha, comer lo que había, cargar con el sueño, el cansancio y el calor.
"Hazme pobre, siempre pobre" cantamos todos y eso le pedí a Dios e invité a todos a hacer lo mismo. Ser misionero es ser pobre, llevar la pobreza de Jesús en el corazón. Esa que nos llama a, justamente, combatir la pobreza, la opresión, las injusticias de nuestro mundo. Este mundo que tanto amor le hace falta.
Cerré los ojos aquella noche de Miércoles dándome cuenta que, durante todo el día y durante todos esos días, estaba siendo testigo del Amor.