En los momentos difíciles, sosténlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.

jueves, 19 de abril de 2012

Río Luján: Día 3

"Dejen que los niños vengan a mi" (Mt 9,14)

Cuando transitas más de un día misionando, comienzan a aparecer las incomodidades y se empiezan a manifestar en el cuerpo de uno. No solo físicamente sino también emocionalmente. 
Aquel Martes me desperté con cansancio y algo que no andaba bien dentro mío. Un poco débil y con mucho calor. Pero poco me importó a la hora de ponerme en marcha en mi jornada misionera. Un desayuno en comunidad, preparado por mi compañera y por mí (Con donación de galletitas y pan incluida) y una bonita oración. Puesto en manos de Dios comenzamos con tareas "administrativas" Repartir manzanas, tachar otras que no existían, etc. Brindé mi bendición a dos de las chicas y viví una mañana diferente. Es que a veces, en una misión, hay que hacer otras tareas.
Salí con mi compañera y uno de los misioneros a recorrer el barrio. De punta a punta, con el objetivo de comprobar los mapas que nos habían dado. ¿Cuántas manzanas había? ¿Dónde terminaba el barrio? Bajo el sol pero con muchas ganas nos dedicamos a la tarea. Fuimos recorriendo Río Luján, con los pies en la calle y con los dedos en el mapa. Llegamos a uno de los límites y bordeamos por la última de las calles, fuimos yendo hacia el río, mientras la poca urbanización desaparecía (En cuestión de un par de cuadras) y nos metíamos en la nada, en el campo que más allá se hacía selva. Nos fuimos yendo y metiendo, hasta entrar en un camino, corto, angosto que se metía entre árboles y vegetación en la nada. Lo que las personas de allí llamaban "El Monte", aunque solo estuviera a unos cuantos metros. Con sorpresa descubrimos una casa, media perdida, habitada por lo que vimos, pero nadie apareció. Llegamos, un rato después, al margen del río y seguimos por ahí hasta pegar la vuelta y salir, aparecer, en una de las calles del barrio. 
Seguimos caminando y nos dirigimos a la otra punta. Volvimos a la capilla, tomamos agua y seguimos. Cruzamos una pequeña avenida, que lleva a Manzanares, y nos metimos del otros lado. A un barrio encajado entre un gigantesco barrio privado, un club y la Panamericana. Un par de cuadras, pintorescas que también debíamos misionar. Contamos las cuadras y por simple curiosidad caminamos hacia el lado de Manzanares, pateando entre los barrios privados. Un contraste terrible y triste. La pobreza del barrio y la riqueza de los "barrios". Casi derretidos pegamos la vuelta, habiendo confeccionado un mapa nuevo con las manzanas y casas que nos faltaban visitar. 
En el almuerzo la misión ya tenía eje para los próximos días. Así que tranquilo, aunque raro por dentro, descansamos un rato. Aunque no fue muy descanso, mucha música, mucho ensayo. Esas tardes bajo la sombra del pequeñito árbol del jardín de la capilla con la mejor de las compañías son uno de los grandes recuerdos de esos hermosos días.
Pero el gran momento del día llegaría unas horas después, cuando de la nada, sin esperarlo, el jardín de la capilla y la calle misma se llenaron de nenes. Parecía que todo el barrio estaba ahí. Creo que la emoción del primer día se convirtió en un poco de nerviosismo: "¿Ahora que hacemos?" Recuerdo estar limpiando la herida de un nene mientras otro me preguntaba quiénes eramos nosotros y por qué hacíamos esto. Creo que no encontré respuesta. 
En todas mis experiencias misioneras, siempre hay un día con los nenes que te marca el click. De repente las cosas cambian y la misión se vuelve de otro color. Es como que en medio del caos siempre aparece Jesús para reflotar en el corazón de todos. Aquel día creo que apareció para seguir dando aliento, para poner paz pero también recordando: "Dejen que vengan a mi". O sea, si la capilla tenía que llenarse de nenes, no era voluntad nuestra sino de él. Y nosotros solo eramos, somos, servidores del amor de Jesús, instrumentos de su paz, herramientas para construir un mundo mejor. ¿Y por dónde empezar sino es por los más chicos?
Recuerdo no haber pensado nada de esto en ese momento. Veía a mi querida comunidad San Patricio de acá para allá y pensaba, sentía, el cansancio que tenía encima. Algo, evidentemente, no estaba bien dentro mío. Maldita sangre y maldita mala memoria de olvidarme las inyecciones...
La misa de ese día fue rara, la capilla de a poco se iba llenando pero los nenes no parecían comportarse como, aparentemente, se debe. Y pensé: "La prefiero con menos gente pero bien" Sin embargo volví a recordar a Jesús. 
Al caer la tarde el cansancio por tantas corridas con los nenes había dejado un clima raro, mitad desaliento mitad desánimo. Y yo al borde del desmayo. Pensé en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme...
Casi a la medianoche, con dolor, decidí pegar la vuelta. Pasar una noche en casa, con inyección incluida para poder estar 10 puntos al otro día. Fue uno de los momentos más dolorosos pero también el rebaño debe crecer decía el pastor.
Le pedí a Dios por los chicos del barrio. Le pedí que no apague jamás el impulso que habían sentido por ir a jugar con nosotros. No me importó, después, si iban a hacer cualquiera o si prestaban atención. Por algo se empieza, y ese algo siempre suele ser el llamado de Dios. Le agradecí por conocer personas tan hermosas y con suero en sangre me fui a dormir.