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sábado, 16 de marzo de 2013

Maewyn, el misionero


Maewyn nació hace muchos, muchísimos años en alguna costa europea. Desde chico, gracias a su familia, fue educado en la fe católica mientras el Imperio Romano se derrumbaba de a poco. Pero los giros de las vidas juegan con estas cosas. Un comienzo típico, casi aburrido desde un punto de vista novelero, pero que fluirá en algo más grande, que con el tiempo se mezclará entre el consumismo, la fe y la cerveza. 
Ocurre una noche cuando transitaba los dieciséis años. Unos ladrones entran en su casa con mucha violencia y arrebatan la vida de los padres del joven Maewyn. Quizás piensan en hacer lo mismo con él y sus hermanos, pero en vez de eso son atados y llevados como prisioneros para ser esclavos en una isla. Una isla justo en donde el Atlántico comienza su camino a la inmensidad. 
Es tratado (Vendido ¿quién sabe?) como un objeto solo dedicado al trabajo. Las ovejas y su cuidado fueron su labor, mientras, a pesar de todo, se dedicaba a la oración, bajo lluvia, nieve vientos y climas insoportables. Y siendo, obviamente, un esclavo, durante seis años. Pero en algún momento descubre que puede, que debe, salir de esa isla; que necesita escaparse porque algo más lo espera. Con su Dios de guía logra irse, llega a la costa, encuentra un barco y decide sumarse a su tripulación. El capitán se le ríe en la cara pero el joven Maewyn insiste y logra convencerlo. Y después de un penoso viaje llega a su tierra natal, vuelve a su casa, se reencuentra con su familia. Parece ser el final hermoso y feliz de una buena película, pero es en realidad el comienzo de todo. 
No logra olvidarse de sus años de sufrimiento, no olvida aquellas tierras ni aquellas gentes, tiene un sueño, tiene una visión, se decide. Busca a un primo, uno que era sacerdote o ya obispo, aquel Martín que se había instalado en Tours, y comienza sus estudios de ciencias sagradas en el monasterio. Años después se ordena sacerdote, y pasa unos años haciendo vida monacal. Hasta que se entera de los rumores: Las misiones católicas en la tierra que lo tuvo como esclavo no paran de fracasar. Maewyn siente el llamado, siente su misión, allí donde cualquier otro humano llamaría infierno. Aquel lugar donde peor la había pasado, donde sus dolores se mezclaban con su soledad y su trabajo. Se entrevista con el papa, consigue el permiso para viajar, arma un grupo de misioneros y parte a Irlanda. 
No lo reciben bien, debe viajar al norte de la isla y muy de a poco comienza el camino de su misión. Busca a quien lo tuvo como esclavo, lo perdona, lo invita a confesarse y unirse a él. No lo logra, o eso dicen, pero camina y camina, conoce el lenguaje, la cultura, las tradiciones de aquella tierra. Solo así, piensa para sí mismo, se puede anunciar a Jesús. Se mete de lleno en su historia, bautiza, celebra, convierte; no tiene mártires ni derrama sangre. Solo lleva el evangelio y el mensaje pacífico. El rey lo quiere conocer y se impresiona. "Puedes anunciar por toda la isla, te lo permito". Se lo comienza a conocer por su obra, su austeridad, su sinceridad y su amor. Es que ama aquello que los hombres dirían que debe odiar. Elije moverse no por venganza, sino por amor. Dicen que aquella tierra es su tierra. Dicen que nunca se olvidarán de él. 
Misiona y educa porque solo así tiene sentido su labor. ¿De qué sirve hablar de Dios si el pueblo no sabe leer y escribir?
Su simpleza para misionar y meterse en cada aspecto cultural, social y religioso de Irlanda sorprende a todos y a todas. Dicen que una tarde le piden que explique la santísima trinidad. Lo hace simple, toma un trébol de aquellos que abundan en esas tierras y dice: "Una hoja es el Padre, otra el Hijo y otra el Espíritu Santo, son tres que a la vez son uno"
Su historia se convirtió después en una historia comercial, los descendientes de sus misionados lo llevaron a la tierra madre de los negocios y desde allí el verde, el trébol y la cerveza tuvieron todo tipo de explicaciones. Su figura se vendió, su mensaje se perdió y pocos hoy preguntan quién fue. Solo se juntan en su nombre a olvidar penas, levantarse una dama o vaya a saber qué. 
Dicen que amó aquello que debió odiar. Dicen que se fue un 17 de Marzo. Dicen que nadie lo llamó por su nombre original. Lo llamaron Patricio. Patricio de Irlanda. San Patricio de Irlanda.