En los momentos difíciles, sosténlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Las causas perdidas valen la pena

Estas últimas dos semanas fueron realmente muy movilizantes para mi. Entre el retiro de Confirmación (Una nueva camada de pibes que muestran sus ganas de cambiar el mundo) la ceremonia del sacramento, encuentros de jóvenes, etc, mi corazón fue viviendo muchos momentos de esos que te hacen olvidar de las cosas que tenés que hacer para el laburo o el estudio. Pero lo que mas me movilizó en estas semanas, en estos días fue, simplemente, una grulla de papel.
A ver, hace algunos años leí la historia de Sadako Sasaki, una niña japonesa que vivía en Hiroshima cuando los Estados Unidos descargó su furia nuclear. Sobrevivió al bombardeo pero años después desarrolló una cáncer fulminante en la sangre (Leucemia). Internada en el hospital, escuchó de una amiga la antigua leyenda que decía que si alguien lograba hacer 1000 grullas de papel (El ancestro arte del Origami) los dioses le concedían un deseo. Comenzó con la tarea para poder pedir una cura, hasta que conoció a un chico de su edad que también estaba enfermo, solo que había perdido y ya sabía que iba a morir. Entonces Sadako supo que el problema era la falta de paz que el mundo sufría. Por eso quiso llegar a tal número de grullas para pedir por la paz en el mundo. Pasadas las 600 murió y sus amigos y compañeros de colegio completaron la tarea. Hoy la historia es símbolo de los movimientos pacifistas y miles de personas ponen sus manos al servicio de la paz haciendo grullas en todo el mundo, con la esperanza de despertar algo en los corazones de los hombres y mujeres.
Durante un tiempo la historia y la idea de hacer mil grullas (O más) me rodeó por la cabeza pero nunca pasó al siguiente paso. Hasta este año, en que la idea volvió y con fuerza. Me parecía que un simple pedazo de papel podía inspirar mucho. Por eso hace unas semanas propuse la idea en el grupo de jóvenes, y a decir verdad mucha compañía no encontré. Solo un par de amigos que me preguntabas cómo hacer una grulla.
Pocos minutos antes de irme de retiro de confirmación, mientras armaba el bolso, vi los papeles en casa y me dije: ¿Por qué no llevarlos? Quizás podía ponerme a hacer ahí y algunos se copaba. Finalmente los llevé y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Solo bastó que me ponga a hacer para que vengas otros a preguntarme qué hacía y por qué. Luego aparecían los que ya sabían hacer, y también se prendían. Volví del retiro con muchísimas ganas de hacer grullas y sentí a mucha gente acompañarme.
Es que todos juntos pensamos en la causas perdidas, esas cosas que parecen no tener sentido, que nadie se prendería. ¿Trabajar por la paz? ¿Para qué? Si el mundo nunca estará en paz. Es entonces cuando uno piensa en Jesús y su causa perdida. Dando la vida por amor, sabiendo que pocos entendían su mensaje y quizás, poco lo entenderían después.
Resulta que yo creo que Las causas perdidas valen la pena. Por más que uno sepa que quizás no genere nada, no cambia nada, nunca se sabe. Cuando uno pone todo su amor, su fe y, sobre todo, sus manos al servicio del otro, de la paz, de la justicia, tarde o temprano las cosas cambian. La injusticia se transforma en justicia, la guerra en paz, la opresión en igualdad, el odio en amor. Esta es la transformación que Jesús buscó para su pueblo, para sus hermanos.

Hace dos noches cuando llegamos a las mil grullas no lo podía creer. Por un lado porque solo habíamos tardado dos semanas, por otro lado porque me imaginaba solo en esta empresa. Ver a varios jóvenes, de confirmación, de San Patricio, de San Francisco Javier, amigos de amigos, haciendo grullas me movilizó. Cuando llegamos a la mil, gesto que me tocó a mi, aguanté las ganas de llorar solo porque no sabía si estaba bien o no llorar. Pero hoy se que si lo hacía alguno más hubiese llorado conmigo de la emoción.
Al llegar a la grulla mil, avisé a amigos que no estaban presente ahí en ese momento. Fue cuando me enteré de algo que me puso la piel de gallina. Alguien de por ahí que se había enterado de nuestra historia, de nuestra idea, de nuestro proyecto, mientras sufría el tratamiento por un cáncer, ese mismo día, ese mismo Sábado, había terminado el tratamiento y todo había salido bien. Creer o reventar, o no, ¿Quién sabe?
Y encima de todo esto, al terminar la grulla mil, ¿Qué podíamos hacer? Más grullas. Así que la tarea siguió y hoy superamos las 1500 grullas. No se cuantas más haremos, no se hasta cuando haremos, pero sí se que estos sentimientos no me los voy a olvidar nunca.
Tampoco se cual será la próxima causa perdida que emprenderemos pero sé, estoy seguro que todos lo sabemos, que valdrá la pena.
Es porque LAS CAUSAS PERDIDAS VALEN LA PENA.

lunes, 29 de octubre de 2012

"Que la bondad de ustedes sea conocida por todos"

Resulta que también la Comunidad San Francisco Javier eligió lema de misión. Esa que realizaremos en Enero de 2013 en Ranchos, cerquita de Chascomús.
"Que la bondad de ustedes sea conocida por todos"
Me pareció muy interesante para trabajar. Porque creo que un misionero lleva algo más que un mensaje bonito de amor y paz. Mucho más. Y ese mensaje que lleva, el de la justicia practicada por Jesús, se hace desde la vida misma, desde el ejemplo, desde la transparencia en todo momento. La bondad de los misioneros, que practican puertas adentro no debe quedar ahí. Todo el mundo (En este caso la comunidad de Ranchos) debe conocerla, debe conocer su manera de laburar, sus ganas, sus miembros, su historia, sus acciones, sus obras.
La bondad de los misioneros de un grupo de jóvenes se demuestra en cada acción, en cada encuentro entre ellos, en como transpiran la camiseta, en como permanecen unidos en la adversidad, en como se llevan, se bancan, se alientan, se abrazan, se levantan, se animan, se amigan, se hermanan.
Yo me imagino que si una comunidad, ya sea Ranchos, Río Luján o cualquiera, conoce estas cosas de San Francisco Javier, tendrá ganas de hacer lo mismo. Creo que la misión también pasa por ahí, por mostrar absolutamente todo desde el corazón. Mostrar la bondad que nos hace participar de tantas cosas, a pesar de ser muy distintos. 
Decía San Francisco Javier: "Ay de mi sino anuncio el evangelio" Y anunciar forma parte de la misión. Y la misión es un acto de bondad que se realiza no solo desde las palabras, sino también desde el corazón y desde las manos. Esas que se ensucian, se embarran, se manchan con tal de cambiar la realidad. 
Ojalá que la bondad de mi comunidad sea conocida por todos, que la bondad de mis misioneros sea conocida por todos, que el corazón de esas hermosas personas lleguen a todas, en este caso, las personas de Ranchos.

martes, 23 de octubre de 2012

Ser todos Uno solo

Y resulta que, promediando Octubre, el grupo misionero San Patricio de la Parroquia Nuestra Señora de Aránzazu de San Fernando, tiene lema de misión. Es que, siempre que Tata Dios acompañe, en Diciembre estaremos visitando nuevamente el barrio Río Luján, pegadito a Manzanares, partido de Pilar.
"Que todos sean uno para que el mundo crea"
Es el pedido de Jesús a su padre en el evangelio de San Juan. Cuando se propuso la frase, previo a elegirla definitivamente, pensé en cual era la misión que teníamos que realizar en el barrio. Pensé que en mis primeros días en Diciembre del año pasado había notado la poca participación de las personas en la capilla. Es cierto que hace muy poquito fue levantada pero noté la necesidad de una comunidad, de formar una comunidad.
Y no es fácil formar una comunidad. Pensé en muchísimas cosas que uno tiene que dejar de lado cuando se predispone a trabajar en una comunidad. Porque no importan las diferencias, las opiniones, lo que importa es tirar todos para el mismo lado. Y hacerlo desde la diversidad de, justamente, opiniones y diferencias.
Para misionar en el mundo de hoy, llevar el mensaje de Jesús que vence la opresión, la injusticia, la discriminación, la violencia, el odio; necesitamos estar unidos, estar hermanados, formar comunidades. En fin, necesitamos ser Uno. Como Jesús y el Padre.
Me parece que nuestro objetivo es ese, que nazca una comunidad, viva, hermanada, en Río Luján. Con gente con ganas de trabajar por esos pibes. Es nuestro objetivo lograr que se trabaje ahí. Una localidad pegada, muchos barrios privados muy cerca. Muchos orígenes para una futura comunidad, que deberá entender que todos juntos son uno solo.
No es fácil. Pero no es imposible.
Esa futura comunidad, que trabajará (Perdón si hablo desde utopías) por los pibes de ese barrio, luchará para que, justamente, esos pibes crean. No me importa si después creerán o no en Jesús exactamente o la iglesia. Pero que crean que vale la pena vivir, que crean que pueden, que tengan esperanza, que valen. Porque dentro del olvido y la pobreza de muchos de ellos, es casi imposible que crean en ellos mismos. Que crean que puedan tener un futuro. Y para alguien que lo ha visto con sus propios ojos, no hay nada mas triste que eso.
Por eso querido Dios, Que todos sean uno para que el mundo crea...Perdón: Que todos sean uno para que Río Luján crea.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Río Luján: Día 6

"Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14)

Y así, casi sin darme cuenta, entre el calor y el cansancio, llegué con San Patricio a la última jornada entera en el barrio Río Luján, cerquita de Manzanares, partido de Pilar. Había dormido poco, muy poco, pero me levanté con muchas ganas de disfrutar el día. Iban a ser unas horas muy emotivas. Oración con la cruz tau, desayuno y a ponernos en campaña.
Desde que llegamos al barrio habíamos escuchado mucho sobre una cosa: "El Monte". Pero muchas cosas: "Uh, podrían ir al monte, allí hay un par de casas bien alejadas de todo" "Son unas pocas familias que viven con casi nada, allá donde la memoria no suele llegar" "Ni se les ocurra acercarse al monte, siempre roban, violan, esas cosas" La cuestión es que nos generaba un poco de intriga, mezclado con miedo y emoción. Y habíamos dicho que el último día (Ya con el resto de las manzanas visitadas) íbamos a irnos todos juntos al famoso monte, a ver que onda.

Así que como una verdadera comunidad, salimos todos caminando en dirección al río. Un par de cuadras después, nos encontrábamos sobre las últimas calles del barrio. Allí donde el río suele hacerse presente cuando hay sudestada o marea. Las casas de aquella parte del barrio son precarias, bien humildes, y entre esas calles nos fuimos dirigiendo a nuestro objetivo. Las personas de aquellas casas nos saludaban, muchas ya habían sido visitadas. ¡Cuánta calidez del corazón y agradecimiento hay en aquellas familias!
Un par de cuadras después (Que parecían varios kilómetros por como iba cambiando el paisaje) nos encontramos de repente con un camino que se abría paso entre los árboles del bosque. Sin dudarlo comenzamos a caminar, casi en fila india, por aquel caminito, que cada unos cuantos metros se abría en otros más pequeños. Era una mezcla de aventura y locura, que es más o menos lo mismo. Pero sentía una gran emoción caminando por allí con mis misioneros.
Un rato después divisamos una casa, ¿Sería una de esas famosas casas que estaban al márgen del río? Nos acercamos despacio y aplaudimos desde la cerca, con un poco de temor. Nadie respondió. Volvimos a hacerlo y nuevamente el silencio. Seguimos el trayecto, más allá de no haber podido charlar con nadie, en definitiva si había una casa ¿Por qué no habría varias más? Así que la ilusión y las ganas no desaparecieron.
Tiempito después nos encontramos en el río. No era fácil acercarse, muchos árboles, una pequeña barricada pero pudimos sacar algunas fotos. Era como si nos encontráramos en el medio de la selva en algún país lejano, como en las películas, pero sin embargo estábamos acá no más, a unos kilómetros de la "Civilización"
Decidimos bordear el río hacia el lado del barrio y ver con qué nos encontrábamos. Es que, además del monte, nos habían hablado de un puente. Un puente por donde pasaba el tren seguramente con más frecuencia que ahora. Era como una especie de lugar místico para los jóvenes de otra época. Era allí, según nos decía, donde realmente terminaba Río Luján, por más que solo fuera selva. Así que, si ya estábamos en el monte, ¿Por qué no llegar al puente, al famoso puente?

Bordeando el río fuimos caminando, nos encontramos con un camino un poco más angosto que el anterior. Nos cruzamos a un caballo en el medio, al chasis de lo que alguna vez había sido un auto (Estaba como si hubiese sido incendiado, lo cual me hizo pensar que no quería saber como había llegado ahí) y una especie de barrera que bloqueaba el camino. Que en realidad eran unas ramas de un árbol caído, que tenían bastantes espinas. Pero más allá de parar y sacar algunas fotos o de comernos algún dolor por las espinas (¿Coincidencia con Aranzazu? ¿Quién sabe?) seguimos caminando. De repente nos cruzamos con una camino que volvía hacia el barrio, y desde allí se veían unas casas. Y una, sobre todo, se veía bastante cerca. Era precaria, muy precaria y estaba rodeada de basura. Había un carro cerca y algunos animales, entre ellos unos cachorritos recién nacidos. Con algunos nos dirigimos a la casa y llamamos a la puerta, al toque nos salió al encuentro un hombre de unos treinta años. Recuerdo que en su cara llevaba las marcas de una vida difícil. Nos recibió con muchísima alegría y nos contó de su vida, su infancia dura, sus trabajos en la difícil ciudad, sus trabajos de cartonero, su familia, etc. Nos mostró como se construían, con lo poco que podían, su casa. No hacía mucho que estaban allí, tenían un nene chiquito y vi como, a pesar de todo, se notaba la presencia de Dios allí. Fue una hermosa charla sobre la vida, la ciudad, Dios, nuestras vivencias, y un poco más. Un rato después todos los misioneros entraban al terreno para ver los cachorritos recién nacidos, y jugar con ellos. Fue un hermoso rato, una caricia al alma.
Nos despedimos y vimos algunas casas más, así que un par se fueron para allá, a golpear puertas. Los demás seguimos con nuestro camino, ese mismo que antes bordeaba el río y que ahora parecía que se había alejado.
Ya parecía que esas famosas casas sobre el margen de río no existían, o bien, eran esas que nos habíamos cruzado un ratito antes. Pero igualmente seguimos caminando, aunque sea por una foto en el, a esa altura, tan deseado puente.
Y un rato después vimos un puente, parecía abandonado y no era muy grande. Teníamos que subir hacia el terraplen sobre el que se alzaban las vías. Como grupo lo subimos y al ver que no eran tan grande dijimos de cruzarlo.
Es curioso, a veces cuando menos seguro estas de una cosa es cuando con más decisión decís: Hagámoslo. Y así fue como, aunque seguramente algunos se morían por el miedo a la altura, todos dijimos de cruzarlo, En definitiva no era mucha la altura y tampoco muy largo, así que ¿Por qué no? A algunos le costó, el vértigo suele jugar malas pasadas, y alguno quiso pegar la vuelta pero las ganas de hacerlo todos juntos fue más fuerte. Entonces habiéndolo cruzado seguimos caminando sobre las vías. A esta altura, creo que nada nos importaba, sólo seguir caminando, ver hasta donde llegaríamos como comunidad. Las vias se abrían paso entre la maleza. ¿Nos habremos preguntado si todavía pasaba el tren?
Lo que sé es que después de un tiempito de caminata, llegamos a un segundo puente. Era más grande que el anterior, más largo, parecía más difícil cruzarlo. Algunos se mandaron de una, otros fuimos admirando todo el momento, pero otros dudaron, no querían saber nada.
¿Cruzarlo o no cruzarlo? ¿Volver? ¿Qué habría después? ¿Tenia que ver esto con la misión?
Entre las dudas y el no se qué, me acuerdo que sentí mi voz que decía: "O lo cruzamos todos o no lo cruza nadie"

Jamás voy a saber si alguien escucho cuando dije eso, si alguien lo escuchó y sintió que tenía razón; la cuestión es que de repente estábamos todos juntos cruzando el puente. Algunos ayudaban a otros, una comunidad, viva, hermanada, solidaria. Era una lástima que faltaran algunos en esa experiencia. Recordé la película "Cuenta conmigo", la escena donde cruzan un puente (Obviamente mucho más grande que éste) y se repente llega el tren, la banda sonora todo el tiempo sonando en mi cabeza.
Yo no sé el resto, esa mañana vi luz en mis misioneros.
Una foto todos los que estábamos ese día, algunas risas sobre el río. anécdotas, una vaca apareciendo de la nada, más fotos, un hermoso momento. Al cruzar el puente no me encontré con más casas, sólo la vía que seguía abriéndose paso hacia lo lejos. No había nada raro, nada del otro mundo. Pero si había soñado con esa vía, si había sentido el sentimiento durante todos esos días de que tenía que ir ahí, era por algo. Y solo ver las caras de todos me hizo darme cuenta por qué. Cruzar el puente valió la pena porque nos hizo encontrarnos a nosotros mismos, nos hizo ver como comunidad, como hermanos, llevando luz a todo el mundo. Y como buenos misioneros teníamos que llevarnos luz entre nosotros. Fue encontrarnos como amigos de ese hippie de hace dos mil años, ver como tendíamos la mano al otro, como nos movíamos juntos.

Me fui con algunos más a ver que había más allá en las vías. Unos metros después aparecía otro puente y a lo lejos un barrio privado. Las vías, obviamente, seguían y seguían más allá. No me importó, yo ya había encontrado lo que había ido a buscar. Enorme emoción se llevó mi corazón mientras volvía.
Quizás podría contar sobre la vuelta bajo los rayos del sol, o sobre el almuerzo contándole al Padre Marcelo y a los que no habían estado sobre el puente. Quizás podría contar sobre el descanso donde empezamos a arreglar la vuelta, donde nos seguimos riendo y emocionando por lo vivido. Quizás podría contar sobre los nenes, que vinieron a jugar como todos los días. O de como hicimos unos manteles con pedazitos de tela, simbolizando que estamos unidos, que estamos tejidos entre todos en el amor de Jesús. Podría contar sobre la última misa. Pero no, me quedo con la noche, con el fogón de la noche. Con el barrio, festejando la misión, el encuentro de dos comunidades. Es cierto, eran muchísimos nenes y unos pares de adultos. Pero ¿quién sabe? Quizás allí está el comienzo de una comunidad. Era más gente, en definitiva, que cuando llegamos y nos recibieron solo un par de señoras. Quizás con mas movimiento podríamos hacer algo más.
Repartimos velas entre todos, encendidas con la luz del fogón. Las velas iluminaron el jardincito lindero a la capilla, pero en realidad todos sabemos que algo más iluminaba allí.
La luz del mundo, los jóvenes haciendo presencia. ¿Qué importa la religión? ¿Qué importa la política? El amor es la fuerza más maravillosa y fuerte de todas. Ahí estábamos haciendo gestos de amor y eso es lo que vale. Eso es lo que enseñó Jesús.
Con emoción vi a todos despedirse de cada uno de los nenes. Nos reunimos para cerrar nosotros también la misión, poder hacer un balance, fue un rato fuerte, intenso. Aquella noche no quise dormir, no tenía ganas, solo quería disfrutar el momento, disfrutar de todo lo que mi corazón experimentaba. Tuve varias charlas juntas, varios mates compartidos, varios abrazos; debajo de las estrellas vi a la comunidad San Patricio cerrando su primera experiencia misionera.

En alguna hora alta de la noche, el sueño me venció y me tire en el medio de la capilla. Algunos pasaban a saludar y decirme "Hasta mañana". Me quedé dormido sobre el hombro de alguien y desperté como si estuviese escrito en medio de la noche, pero alguien justo entraba. Una de las misioneras se sentó al lado mío y comenzamos a charlar. Todo lo vivido durante el día, durante las últimas horas, lo vivido aquellos días en Río Luján, el camino durante el año, el trabajar convencido que esos pibes valían oro. Recordé a Jesús y sus apóstoles, sus amigos, recordé la misión, mi vida en la parroquia, recordé y pensé en cada uno de los chicos, en su crecimiento, en todo lo que habían dado. Pensé en cómo seguiría esto, charle con mi amiga sobre cada una de las cosas que nos preocupaban, sobre nuestros dolores, alegrías, emociones al fin. De esas charlas que solo ocurren una vez cada tanto, y solamente con alguien que es muy especial. Recordé, pensé, hablé y solo hice lo que sentí. Lloré. Me apoye sobre su hombro y lloré. Y lloramos, largo rato y en silencio, abrazados. Lloramos y lloramos juntos.
Quizás fue por la emoción o no se qué, muy rápido se me pasó la vuelta al otro día, el desarmado de la capilla y el armado de bolsos. Quizás por eso Río Luján terminó, para mí, aquella noche, la última noche, con Manuela, llorando. Cuando juré, sin dudarlo y con Jesús de testigo, que algún día iba a volver a misionar en Río Luján.
Y pienso hacerlo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Río Luján: Día 5



“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación”. (Mc 16,15)


El Jueves amaneció con el canto de los pájaros, los pocos que se bañaban a esa hora y algunos mates de por medio. Aunque ese día, entre el calor y mis queridos misioneros, cedí y desayuné una buena chocolatada. Aunque en el fondo sentí que traicionaba a mi querido mate.


¡Pocas cosas más lindas que arrancar el día con personas que uno ama! Es arrancar con una sonrisa, es reirte desde el principio del día, es sentirte bien en comunidad, comunidad de hermanos. Me imagino, e imagine esa mañana, a los primeros misioneros, a los discípulos de Jesús viviendo en las primeras comunidades. Entre la misión y la persecución, seguramente tenían sus charlas, sus bromas, se bancaban entre ellos, se escuchaban, compartían el pan. Imagino sus desayunos en comunidad, sus tareas durante el día, sus cenas a las noches y sus balances del día.

Aquel día nos fuimos nuevamente al otro lado de la avenida, a la otra parte del barrio. Esta vez, cosa que suele pasar los últimos días de una misión, recorrimos algunas manzanas varias parejas y medio mezclándonos nos dirigimos a golpear puertas. Así fue que no misioné aquel día con mi compañera de todos los días pero lo hice con dos grandes amigos, dos personas, dos corazones que me llenan por el crecimiento y camino personal de ambos.


Aquella mañana caminamos al costado de la Panamericana, y recorrimos las casas que estan casi sobre ella. Estuvimos en varias casas donde viven algunas personas desde que, prácticamente, se había creado el barrio. Muchas historias, anécdotas, etc.


Recuerdo con especial cariño una casa donde nos atendió el señor y la señora de la casa que viven allí hace bastantes años. Fue una linda charla larga en la puerta de su casa. Escuchar con atención al otro, sin importar si habla de tal o tal tema. ¡Cuánto hace falta en este mundo que la gente abra su corazón al otro! No importa en qué barrio sea, en qué pueblo, con qué velocidad: Siempre la gente termina abriéndose, porque en el fondo lo necesita y le hace bien.


Son momentos donde no importa el calor que golpea fuerte, el sol que no se va, el cansancio o el sueño, o el reloj que te corre porque tenes que volver para el almuerzo. Son como pequeños momentos eternos y divinos donde la presencia de Dios se hace más fuerte que nunca.


Así llegué al almuerzo en el merendero de Margarita, humilde servidora del barrio, que todos los días le sirve la merienda a más de cincuenta chicos. Solo quería almorzar rápido y descansar un ratito, ya que después venían los chicos de San Francisco Javier, la otra comunidad de jóvenes (En su mayoría mas grandes en edad) a la que también pertenezco. Venían de visita, a compartir un día misionero, a compartir a Jesús. Es que todos somos jóvenes, de la misma parroquia, y todos perseguimos el mismo fin. Ambos grupos caminan juntos, a pesar de que algunos tengan un camino más largo que otros. Seguramente para ellos, como para mí, les pasó de sentirse orgullosos. Muchos de los chicos de San Patricio estaban ahí por ellos, porque fueron catequistas, guías, amigos, etc.


Así que al llegar sentí una emoción muy fuerte, fue una tarde hermosa. Vinieron, como siempre, los chicos a jugar y compartir la catequesis y la merienda también con los jóvenes de San Francisco llevaba un plus muy rico. También la misa lo tuvo.


Y al llegar la noche, antes de irnos a cenar, pude bañarme en la casa de una familia del barrio que nos recibió con mucha amabilidad. Y bien limpio me fui a compartir la cena, una ricas pizzas, esta vez en el merendero, con los chicos de San Francisco Javier. Fue un hermoso momento, de esos que llenan, de esas noches donde compartís, compartís y compartís. Entre el deseo de éxito, la bendición y un beso, los chicos se fueron. Tenía, como pocas veces, el corazón lleno. Sólo quería compartir la oración de la noche y descansar.


Y así fue...Por lo menos la primera parte. Una hermosa y sincera oración de dos de las chicas. Y cuando quise dormir me encontré charlando.


Lo que sucede en las misiones es que uno no solo parte hacia el encuentro con Dios, con el prójimo y con uno mismo sino también del que tiene al lado. Del compañero, del amigo, del otro miembro de la comunidad. Esa noche tuve tres charlas hermosas. Reconozco que la última ya casi me dormía parado pero no importaba. Fue un encuentro con Jesús, reconociéndolo en la otra persona. Fue compartir la vida un ratito, con personas que quizás uno cree saberlo todo o bastante.


Cuando me acosté volví a pensar en el día y en la visita de los chicos de la otra comunidad. Y recordé el evangelio de Marcos. "Vayan y anuncien" Eso exactamente estábamos haciendo, eso exactamente eso es lo que hacemos durante el año, durante todos los momentos que nos tocan vivir. Divididos en comunidades, en áreas, como sea, pero anunciando, llevando el mensaje de Jesús. Ya sea con la palabra o haciendo pero anunciando en fin.


Me sentí, y me siento, orgulloso de formar parte de mi parroquia, de mis comunidades, de este hermoso grupo de jóvenes. Haremos cosas bien, haremos cosas mal, pero siempre sé que nos tenemos el uno al otro. Y no hay nada más hermoso en el mundo que sentir que no se está solo en la vida. Gracias misioneros- Me dije a mi mismo- por entrar en mi vida.


Gracias querido barba, porque sabios son tus caminos cuando elijes cruzarnos con las personas. Porque sabios con tus caminos cuando juntas a las personas para ayudar a otras personas.

lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Qué sentiste?

Quisiera saber, Señor, ¿Qué fue lo que sentiste?
¿Qué fue lo que sentiste cuando nadie siguió tu camino?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el odio fue mas fuerte que el amor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la hipocresía y la soberbia reinaron entre los "tuyos"?
¿Qué fue lo que sentiste cuando se llenaron de palabras y no de acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que todos pusieron excusas?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el mundo se volvió cómodo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el hombre se dejó vencer por el dolor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando tu iglesia se prostituyó?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los que hablaban en tu nombre hicieron exactamente todo lo contrario a lo que tu nombre dice?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la injusticia reinó desde lo más interno de quienes hablaron y hablan en tu nombre?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas dejaron de creer en las buenas acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" transaron con el sistema?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" se dedicaron horas en reunirse y no en salir a la calle?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el reino se fue a la mierda?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los soberbios ocuparon tu lugar?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los mercaderes del templo ocuparon absolutamente todo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas olvidaron el perdón?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que las personas ya no te sentían?

jueves, 30 de agosto de 2012

Río Luján: Día 4

"Oren sin cesad" (1Tes 5, 17)

El cuarto día tuvo el comienzo más extraño de toda mi misión. Simplemente un hecho: No lo arranque en el barrio, sino en mi casa. Débil, cansado, pero también cómodo. De una manera extraña aparecí cerca de las 8 de la mañana en Río Luján. Llegué para el desayuno, para el comienzo del día. Sólo quería abrazar a todos, tomar mate y salir a las calles.
Recuerdo, sobre todo, un abrazo hermoso. El de esas personas que tanto había pensado estando en mi casa la anoche anterior. Y en seguida, me sentí en la misión nuevamente.
Uno de los chicos se había ido por un motivo, así que esa mañana salimos a misionar de a tres. Con mis dos compañeras (La de todos los días y la de ese día en especial) nos fuimos hacia la otra punta del barrio, cruzando la avenida, casi sobre la Panamericana. Una zona menos pobre, con varias casas y en notable crecimiento. Con el calor de Diciembre en nuestras frentes, caminamos entre las casas en busca de nuestra manzana. Al llegar, nos pusimos en la tarea de golpear puertas. Después de un par de intentos nulos, encontramos la casa de una señora. En sus años entrados vivía para el cuidado de sus nietos y con la tranquilidad de tener a uno de sus hijos con su familia viviendo atrás.
Recuerdo una charla sincera, tranquila, de temas varios, con aquella señora. Mate va, mate viene, charla, anécdota, recuerdos, sociedad, política. ¡Es tan bello misionar! Hablando de cualquier cosa, siempre lo importante es hablar, escuchar, comunicarse, salir al encuentro del otro. En la era de la comunicación, de la tecnología, nos cuesta tanto saber qué piensa, qué opina el otro. Saber qué siente. Así nos encontramos habiendo pasado buena parte de la mañana. La recuerdo contando que creía que la casa del hijo estaba endemoniada o algo así. La recuerdo también, como muchas otras personas, extrañada por la presencia de jóvenes en el barrio, durmiendo en la capilla, recorriendo casas, jugando con nenes, hablando de Jesús.
Jesús...Ese día lo pensé tanto, como siempre, pero de otra manera. Lo imaginé misionando y me preguntaba cómo iba encontrando fuerzas, ganas, etc. Me lo imaginé en constante oración y me pregunté cómo sería. Pensé tanto en eso durante ese día que de repente me encontré rezando durante varios momentos. Casi sin darme cuenta, le pedía a Dios por esa señora, por aquel barrio...
Cerca del mediodía nos pusimos a charlar con un señor en la puerta de su casa. Hermosa charla debajo del sol. Una historia interesante, venidos de Tucumán, anécdotas de pueblo, de fé, de vida. Nos encontramos ideando una procesión desde aquella parte del barrio, alejada del resto. Porque si bien eran un par de cuadras, esa avenida separaba mucho. Recuerdo también, sin darme cuenta, encontrarme rezando por aquel hombre, por su familia.
Y bajo el sol nos pusimos en camino al Merendero para almorzar, y en aquella comida nuevamente lo mismo: Me encontraba rezando, pidiéndole a Dios por mis misioneros, por todo lo que estaba aprendiendo de ellos, por todo lo que me transmitían, por todo lo que representaban y representan para mí. Me encontré rezando por los chicos que unas horas más tarde vendrían a jugar.
Y fue esa tarde que también viví un momento intenso. Fue la tarde en que aquel nene me contó, me deslizó que creía en Jesús, que lo había "visto". Nunca supe, y en realidad mucho no quise saber, a qué se refería con haberlo visto. Pero la sonrisa cuando me dijo eso no me la borro más. Quizás solo fue un nene diciendome lo primero que se le ocurría en la cabeza pero en el fondo me marcó. De repente tuve enormes ganas de agarrar la guitarra y ponerme a cantar. Y así fue, tomé la viola, busqué la voz más maravillosa de todas y nos pusimos a cantar con aquellos pibitos de Río Luján.
Fue una de las tardes más lindas que viví en mi vida. Y sí, efectivamente, me encontré rezando mientras cantaba, me encontré rezando mientras servía la merienda, mientras explicábamos la señal de la cruz a los nenes...
Tanto recé ese día que también estuvimos adorando un rato en la capilla. No recuerdo haber ensayado ese día ni tampoco haber preparado la adoración en esos días. Pero tampoco recuerdo haber tocado mejor que esa vez o escuchar tan hermosas voces como la de aquella oportunidad. Un rato, para nosotros, sin ensayo, solo con el amor de entregarnos a Dios.
En la cena de esa noche pensé en por qué había estado rezando todo el día y me acordé de algo: Esa noche daba, con mi compañera de misión, una oración para todo mi grupo. Y en mis pensamientos de aquellos días siempre había estado presente una imágen: Jesús caminando pueblo a pueblo, misionando, esperanzando a la gente. Y me lo imaginé de la única manera que pudo haber sido: Pobre.
Jesús descalzo, con poco y nada, con algunos amigos yendo de acá para allá. Haciéndose pobre para sanar a los pobres. Pobre que, en definitiva, somos todos.
Jesús que combate la pobreza desde la pobreza.
Así que aquella oración de la noche solo podía girar en una cosa: La pobreza. El hacernos pobres: Dormir en el suelo de la capilla, bañarnos en aquella improvisada ducha, comer lo que había, cargar con el sueño, el cansancio y el calor.
"Hazme pobre, siempre pobre" cantamos todos y eso le pedí a Dios e invité a todos a hacer lo mismo. Ser misionero es ser pobre, llevar la pobreza de Jesús en el corazón. Esa que nos llama a, justamente, combatir la pobreza, la opresión, las injusticias de nuestro mundo. Este mundo que tanto amor le hace falta.
Cerré los ojos aquella noche de Miércoles dándome cuenta que, durante todo el día y durante todos esos días, estaba siendo testigo del Amor.

jueves, 19 de abril de 2012

Río Luján: Día 3

"Dejen que los niños vengan a mi" (Mt 9,14)

Cuando transitas más de un día misionando, comienzan a aparecer las incomodidades y se empiezan a manifestar en el cuerpo de uno. No solo físicamente sino también emocionalmente. 
Aquel Martes me desperté con cansancio y algo que no andaba bien dentro mío. Un poco débil y con mucho calor. Pero poco me importó a la hora de ponerme en marcha en mi jornada misionera. Un desayuno en comunidad, preparado por mi compañera y por mí (Con donación de galletitas y pan incluida) y una bonita oración. Puesto en manos de Dios comenzamos con tareas "administrativas" Repartir manzanas, tachar otras que no existían, etc. Brindé mi bendición a dos de las chicas y viví una mañana diferente. Es que a veces, en una misión, hay que hacer otras tareas.
Salí con mi compañera y uno de los misioneros a recorrer el barrio. De punta a punta, con el objetivo de comprobar los mapas que nos habían dado. ¿Cuántas manzanas había? ¿Dónde terminaba el barrio? Bajo el sol pero con muchas ganas nos dedicamos a la tarea. Fuimos recorriendo Río Luján, con los pies en la calle y con los dedos en el mapa. Llegamos a uno de los límites y bordeamos por la última de las calles, fuimos yendo hacia el río, mientras la poca urbanización desaparecía (En cuestión de un par de cuadras) y nos metíamos en la nada, en el campo que más allá se hacía selva. Nos fuimos yendo y metiendo, hasta entrar en un camino, corto, angosto que se metía entre árboles y vegetación en la nada. Lo que las personas de allí llamaban "El Monte", aunque solo estuviera a unos cuantos metros. Con sorpresa descubrimos una casa, media perdida, habitada por lo que vimos, pero nadie apareció. Llegamos, un rato después, al margen del río y seguimos por ahí hasta pegar la vuelta y salir, aparecer, en una de las calles del barrio. 
Seguimos caminando y nos dirigimos a la otra punta. Volvimos a la capilla, tomamos agua y seguimos. Cruzamos una pequeña avenida, que lleva a Manzanares, y nos metimos del otros lado. A un barrio encajado entre un gigantesco barrio privado, un club y la Panamericana. Un par de cuadras, pintorescas que también debíamos misionar. Contamos las cuadras y por simple curiosidad caminamos hacia el lado de Manzanares, pateando entre los barrios privados. Un contraste terrible y triste. La pobreza del barrio y la riqueza de los "barrios". Casi derretidos pegamos la vuelta, habiendo confeccionado un mapa nuevo con las manzanas y casas que nos faltaban visitar. 
En el almuerzo la misión ya tenía eje para los próximos días. Así que tranquilo, aunque raro por dentro, descansamos un rato. Aunque no fue muy descanso, mucha música, mucho ensayo. Esas tardes bajo la sombra del pequeñito árbol del jardín de la capilla con la mejor de las compañías son uno de los grandes recuerdos de esos hermosos días.
Pero el gran momento del día llegaría unas horas después, cuando de la nada, sin esperarlo, el jardín de la capilla y la calle misma se llenaron de nenes. Parecía que todo el barrio estaba ahí. Creo que la emoción del primer día se convirtió en un poco de nerviosismo: "¿Ahora que hacemos?" Recuerdo estar limpiando la herida de un nene mientras otro me preguntaba quiénes eramos nosotros y por qué hacíamos esto. Creo que no encontré respuesta. 
En todas mis experiencias misioneras, siempre hay un día con los nenes que te marca el click. De repente las cosas cambian y la misión se vuelve de otro color. Es como que en medio del caos siempre aparece Jesús para reflotar en el corazón de todos. Aquel día creo que apareció para seguir dando aliento, para poner paz pero también recordando: "Dejen que vengan a mi". O sea, si la capilla tenía que llenarse de nenes, no era voluntad nuestra sino de él. Y nosotros solo eramos, somos, servidores del amor de Jesús, instrumentos de su paz, herramientas para construir un mundo mejor. ¿Y por dónde empezar sino es por los más chicos?
Recuerdo no haber pensado nada de esto en ese momento. Veía a mi querida comunidad San Patricio de acá para allá y pensaba, sentía, el cansancio que tenía encima. Algo, evidentemente, no estaba bien dentro mío. Maldita sangre y maldita mala memoria de olvidarme las inyecciones...
La misa de ese día fue rara, la capilla de a poco se iba llenando pero los nenes no parecían comportarse como, aparentemente, se debe. Y pensé: "La prefiero con menos gente pero bien" Sin embargo volví a recordar a Jesús. 
Al caer la tarde el cansancio por tantas corridas con los nenes había dejado un clima raro, mitad desaliento mitad desánimo. Y yo al borde del desmayo. Pensé en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme...
Casi a la medianoche, con dolor, decidí pegar la vuelta. Pasar una noche en casa, con inyección incluida para poder estar 10 puntos al otro día. Fue uno de los momentos más dolorosos pero también el rebaño debe crecer decía el pastor.
Le pedí a Dios por los chicos del barrio. Le pedí que no apague jamás el impulso que habían sentido por ir a jugar con nosotros. No me importó, después, si iban a hacer cualquiera o si prestaban atención. Por algo se empieza, y ese algo siempre suele ser el llamado de Dios. Le agradecí por conocer personas tan hermosas y con suero en sangre me fui a dormir.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Río Luján: Día 2

"En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos" (Mt 6, 7)

La segunda jornada de nuestra misión comenzó la mañana del 26 de Diciembre, temprano para aprovechar el día, con mucho sueño pero también con muchas ganas. Tuvimos nuestra oración de la mañana y partimos a desayunar. Partimos, sí, porque no lo hacíamos en la capilla (Por lo menos no ese día). El merendero del barrio, atendido por una humilde pero generosa familia, fue una especia de segunda casa durante esos días. ¿Qué hubiese sido de los apóstoles, de los primeros misioneros, si no recibían alguna ayuda de alguna persona en los lugares que visitaban? Sin la ayuda que recibimos de estas personas esos días de Río Luján jamás hubiésemos podido misionar.
Entonces salimos a llevar la palabra de Jesús, y vale la expresión: Cagados en las patas. Como los primeros misioneros, de dos en dos (A veces de a tres), puerta por puerta, bajo el sol, y que sea lo que Dios quiera. No es fácil golpear una puerta y hablar, uno recuerda las veces que se trata mal a alguien que viene por algo así a nuestras casas. Creo que ese recuerdo genera miedo. Y muchos menos saber de qué hablar, cómo encarar una charla, etc.
Aquella mañana, con mi compañera, tuvimos un par de rechazos en algunas casas, hasta que llegamos a la casa de Margarita, una histórica vecina de Río Luján, casi la única persona que trabaja activamente en la capilla Santa Teresa (Inaugurada en 2011). Entre mate y mate (infaltables en una misión) y mientras atendía, cada tanto, el pequeño kiosco que armó en su casa, Margarita nos contó de su vida. Su llegada al barrio hace más de treinta años, el crecimiento de Río Luján, anécdotas, tristezas, luchas y por sobre todo su esfuerzo para construir una comunidad alrededor de la capilla. Su esfuerzo que muchas veces fue fracaso. Pensé mientras se hacía el mediodía: Qué difícil es cuando uno está solo, cuando no hay una familia, un grupo, una comunidad detrás tuyo. Pero también recordé que el esfuerzo de años da su frutos. En sí Jesús no estaba muy acompañado que digamos mientras cargaba la cruz ¿no?
Cuando la mañana ya se había hecho mediodía, y luego de conocer al marido de Margarita, emprendimos el regreso al merendero, donde también almorzábamos. Llegamos últimos, todos no esperaban sentados para comer. Y mientras empezamos con el arroz que sería menú de varios días, comenzamos también las charlas post primera experiencia de misión. A algunos les había más o menos bien, alguna charlita en la puerta de la casa de algún vecino, otro había podido compartir un mate, otra había hablado con alguien que quería una bendición del Padre Marcelo a su casa...
Alguno había tenido una muy buena charla con personas de otra religión, algo que, gracias a Dios, se repetiría varias veces a lo largo de la misión. Otros no había logrado charlar con nadie o nadie les había dado bola. En general el sentimiento era un sin sabor, por un lado bien pero algo había faltado.
Suele pasar en las misiones, a veces la bienvenida no es la mejor, pero la fuerza del espíritu suele reconfortar esos corazones misioneros.
Sin dejar sacar muchas teorías, nos fuimos a descansar un rato y preparar la tarde, momento de corridas y trabajo. Jamás pensé que llegarían en esos días la cantidad de nenes que llegaron para jugar con nosotros. Jugar y compartir a Dios. Como un mensaje del cielo: "Acá hay mucho por hacer, no se desanimen". Juegos, canciones, fútbol, Jesús, merienda, todo en un par de horas. Recuerdo una nena, seis o siete años, nunca le pregunté el nombre, hoy lo sé, que hablando y jugando me dijo: "La estoy pasando bien". Fue nada y tanto al mismo tiempo. Fue Jesús, en persona, apareciendo ahí, diciendo que las cosas que hacíamos estaban bien, que valía la pena el esfuerzo del año, de los encuentros, de los sacrificios.
Muchos nenes se quedaron a misa después, con las pocas personas que venían a misa, y con los misioneros. Me importó tan poco que hicieran ruido o que quizás no entendieran nada de lo que pasaba en la misa. Porque algo, no se bien qué, los hacía estar ahí. Y eso es enorme, es maravilloso. Sentí una felicidad enorme que no me importó cuanta gente había en misa, si mi guitarra estaba afinada, si las chicas cantaban bien. Nada de eso importa cuando la fiesta es de Dios.
Fue durante la cena cuando caí que llevaba mi primer día entero en Río Luján, una jornada entera muy movida pero hermosa. Pensé en el envío misionero de Jesús, en qué cosas estábamos haciendo bien, qué cosas teníamos que mejorar. Pensé en Dios, en los discípulos, pensé en mi parroquia, en San Patricio, en mis amigos, en mi familia, en todas las personas que había conocido gracias a esto. Pensé, durante la cena, en lo hermoso que es poder compartir algo con tantas personas. Pensé en la capilla, ya transformada en casa, como un refugio donde poder abrazarnos espiritualmente entre todos.
Recé con todos a la noche, le dí gracias a Dios por ponerme ahí, le pedí seguir siento instrumento de su paz y, con el corazón lleno, me fui a dormir.

martes, 27 de marzo de 2012

Río Luján: Día 1

Hace varios años ya que los 25 de Diciembre no son como solían ser. Pero para bien. Hace unos años que cada Navidad corto con el festejo familiar antes de tiempo para armar el bolso, preparar cosas a último momento y partir rumbo a misionar.
Este 25 de Diciembre de 2011 me tocó partir a Río Luján, un pequeño y humilde barrio cerca de Manzanares, partido de Pilar. Perdido entre muchos barrios privados, clubes, las vías del TBA y la Panamericana. Un destino para poco más de 22 jóvenes dispuestos a brindar su corazón.
Nuestro viaje fue en un micro escolar, post despedida y bendición de la comunidad de Aranzazu, padres y amigos. Un viaje corto pero divertido, pensar que en alrededor de una hora ya estamos ahí.
Al llegar al barrio, luego de bajar nuestros bolsos, materiales y alimentos, celebramos la misa con la comunidad local. Pocas personas, casi ninguna, en la fecha del nacimiento de Jesús. Nuestra sorpresa fue grande pero no desalentadora. Sabíamos que teníamos que trabajar bastante.
Luego de la misa, empezamos a acomodarnos. La capilla Santa Teresa tenía que convertirse en nuestro hogar. Para eso colgamos unas telas para improvisar una división en la capilla: El centro donde rezábamos y un "Cuarto" para las chicas y otro "Cuarto" para los chicos. Al mismo tiempo improvisamos la ducha, afuera, en el parque de la capilla. Nos familiarizamos con las instalaciones, descubrimos que los ventiladores eran solo decoración, y preparamos el corazón.
Fue durante la cena que viví una de las experiencias más hermosas de mi vida. Resulta que como era la primera noche, cada uno de nosotros llevábamos algo para comer (Bueno o casi todos) y lo compartíamos. En el medio de la capilla, pusimos una mesa con lo que cada uno había traído más unas donaciones que habíamos recibido cuando llegamos, y nos sentamos todos en el piso, alrededor de la mesa. Nadie nos conocía en el barrio, nadie sabía que habíamos llegado; más que bancarnos entre nosotros no podíamos hacer.



Fue entonces que me sentí un discípulo de Jesús, como en Hechos. Aquellos de la lectura: "Se Mantenían unidos y ponían todo en común". Sentí una fuerza en el corazón enorme, que me dio muchísimas ganas de ponerme al servicio de todos, de abrazarlos a todos porque estaban inspirándome. Me sentí como Pedro, como Juan, como Santiago. Entendí porque era tan importante mantenernos unidos, porque sabíamos que quizás, afuera, nos podría recibir bien pero también mal. Pero nos teníamos los unos a los otros. Sentí que si alguna vez había defendido el concepto de amistad en Jesús valió la pena.
Aquella primera noche pusimos la misión en manos de Jesús, charlamos cuestiones técnicas y, tarde, nos fuimos a dormir. Aunque fuimos varios los que no pudimos descansar mucho aquella noche, entre nervios, emoción, anécdotas, chistes e incomodidad, el sueño no llegaba fácil.
Recuerdo que esa noche pensé: Esto es, sin dudas, lo que más me gusta hacer en la vida.
Los días siguientes me darían la razón.

martes, 10 de enero de 2012

Los primeros misioneros

"Se mantenían unidos y ponían todo en común"

He vuelto de misionar, una vez más. He comenzado dos nuevas misiones. Estuve en el barrio Río Luján, Manzanares, partido de Pilar, entre el 25 y el 31 de Diciembre del año pasado (Ya se puede decir año pasado); y luego estuve entre el 1 y el 8 de Enero de este año, en Ranchos, General Paz, Buenos Aires.
Dos misiones hermosas, distintas, con cosas en común y cosas particulares de cada comunidad. Con el grupito de San Patricio recorrimos las precarias calles y casitas del barrio Río Luján. Entre pobreza, abandono, olvido y suciedad, intentamos llevar la palabra de Jesús. Aún siendo con la palabra, y sin importar si la persona es o no creyente, para esa persona que nos recibe es todo un evento. Y sin lugar a dudas, quien mejor te recibe. Porque en el olvido, aparecen unos personajes que vienen a decir que hay alguien que no olvida. Y así estamos llevando la palabra de Jesús, aunque quizás ni lo nombremos, ni abramos una biblia o recemos. Solo el hecho de estar allí, es llevar a Jesús...Mejor dicho encontrarlo a Jesús. En casas pobres, bien pobres, abandonadas y de semblante triste; puedo decir que en esas casas encontré a Jesús. Y descubrí que era un Jesús completamente diferente al que yo decía llevar.
Paramos en la capilla Santa Teresa, que por unos días fue nuestro hogar. Todos los días armábamos las bolsas de dormir, colchones, etc para dormir, y luego volvimos a dejar la capilla en condiciones para la misa. Vivíamos con una pequeña cocina, un pequeño baño en malas condiciones y una ducha externa, afuera, en el jardín, precaria, donde podíamos meter algún baño de vez en cuando. Pero nos manteníamos juntos, siempre de buen humor, chistes y guitarra de por medio, para que nadie esté mal, para bancarnos.
Por momentos nadie nos recibió, es que pocos sabían que íbamos a visitar las casas del barrio, y fue un poco triste las primeras dos jornadas, pero con el aliento del espíritu santo seguimos adelante, y logramos recorrer todo el barrio (Hasta unas casas en el monte) y llevarnos unas hermosas experiencias.

La comunidad de Ranchos era un poco diferentes pero tenía sus semejanzas. Juntos a mi amada comunidad San Francisco Javier, estuvimos recorriendo una parte del pueblo, un barrio llamado Cuartel Segundo (Del otro lado de la vía), donde hacía bastante que no se realizaba algo así. Pero al igual que en Pilar, la comunidad casi no sabía que estaríamos allí. Fue un poco frustrante para varios de nosotros al principio pero no nos desanimamos, nos bancamos entre nosotros, y seguimos adelante. Fuimos recorriendo casas y descubrimos que la comunidad nos necesitaba aunque no nos esperaba. Conocimos gente maravillosa, encuentros hermosos, jóvenes con ganas de laburar por su comunidad (¿Hay algo mas hermoso y motivador?) y nos llenamos el corazón.

Entre esos días pensaba, reflexionaba. ¿Cómo eran las primeras misiones de los primeros cristianos? Me imagino a Pedro, Pablo y un par llevando la palabra de Jesús. En cada pueblo al que llegaban seguramente nadie los conocía, nadie los esperaba. Tenían que ir a hablar de Jesús pero desde cero, contando absolutamente todo. Y se deben haber llevado más de un rechazo, ¿Cuántas veces los deben haber sacado a las patadas de las casas? Así que seguramente cuando volvían a la noche a sus refugios, no les quedaba otra más que bancarse entre todos, compartir y poner en común absolutamente todo (No solo lo material) y en comunidad hacerle frente a la adversidad, compartiendo el pan y rezando juntos.
Creo que lo viví estos días en Río Luján y en Ranchos fue de lo más parecidos (Hasta ahora) a aquella lectura de Hechos.