"En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos" (Mt 6, 7)
La segunda jornada de nuestra misión comenzó la mañana del 26 de Diciembre, temprano para aprovechar el día, con mucho sueño pero también con muchas ganas. Tuvimos nuestra oración de la mañana y partimos a desayunar. Partimos, sí, porque no lo hacíamos en la capilla (Por lo menos no ese día). El merendero del barrio, atendido por una humilde pero generosa familia, fue una especia de segunda casa durante esos días. ¿Qué hubiese sido de los apóstoles, de los primeros misioneros, si no recibían alguna ayuda de alguna persona en los lugares que visitaban? Sin la ayuda que recibimos de estas personas esos días de Río Luján jamás hubiésemos podido misionar.
Entonces salimos a llevar la palabra de Jesús, y vale la expresión: Cagados en las patas. Como los primeros misioneros, de dos en dos (A veces de a tres), puerta por puerta, bajo el sol, y que sea lo que Dios quiera. No es fácil golpear una puerta y hablar, uno recuerda las veces que se trata mal a alguien que viene por algo así a nuestras casas. Creo que ese recuerdo genera miedo. Y muchos menos saber de qué hablar, cómo encarar una charla, etc.
Aquella mañana, con mi compañera, tuvimos un par de rechazos en algunas casas, hasta que llegamos a la casa de Margarita, una histórica vecina de Río Luján, casi la única persona que trabaja activamente en la capilla Santa Teresa (Inaugurada en 2011). Entre mate y mate (infaltables en una misión) y mientras atendía, cada tanto, el pequeño kiosco que armó en su casa, Margarita nos contó de su vida. Su llegada al barrio hace más de treinta años, el crecimiento de Río Luján, anécdotas, tristezas, luchas y por sobre todo su esfuerzo para construir una comunidad alrededor de la capilla. Su esfuerzo que muchas veces fue fracaso. Pensé mientras se hacía el mediodía: Qué difícil es cuando uno está solo, cuando no hay una familia, un grupo, una comunidad detrás tuyo. Pero también recordé que el esfuerzo de años da su frutos. En sí Jesús no estaba muy acompañado que digamos mientras cargaba la cruz ¿no?
Cuando la mañana ya se había hecho mediodía, y luego de conocer al marido de Margarita, emprendimos el regreso al merendero, donde también almorzábamos. Llegamos últimos, todos no esperaban sentados para comer. Y mientras empezamos con el arroz que sería menú de varios días, comenzamos también las charlas post primera experiencia de misión. A algunos les había más o menos bien, alguna charlita en la puerta de la casa de algún vecino, otro había podido compartir un mate, otra había hablado con alguien que quería una bendición del Padre Marcelo a su casa...
Alguno había tenido una muy buena charla con personas de otra religión, algo que, gracias a Dios, se repetiría varias veces a lo largo de la misión. Otros no había logrado charlar con nadie o nadie les había dado bola. En general el sentimiento era un sin sabor, por un lado bien pero algo había faltado.
Suele pasar en las misiones, a veces la bienvenida no es la mejor, pero la fuerza del espíritu suele reconfortar esos corazones misioneros.
Sin dejar sacar muchas teorías, nos fuimos a descansar un rato y preparar la tarde, momento de corridas y trabajo. Jamás pensé que llegarían en esos días la cantidad de nenes que llegaron para jugar con nosotros. Jugar y compartir a Dios. Como un mensaje del cielo: "Acá hay mucho por hacer, no se desanimen". Juegos, canciones, fútbol, Jesús, merienda, todo en un par de horas. Recuerdo una nena, seis o siete años, nunca le pregunté el nombre, hoy lo sé, que hablando y jugando me dijo: "La estoy pasando bien". Fue nada y tanto al mismo tiempo. Fue Jesús, en persona, apareciendo ahí, diciendo que las cosas que hacíamos estaban bien, que valía la pena el esfuerzo del año, de los encuentros, de los sacrificios.
Muchos nenes se quedaron a misa después, con las pocas personas que venían a misa, y con los misioneros. Me importó tan poco que hicieran ruido o que quizás no entendieran nada de lo que pasaba en la misa. Porque algo, no se bien qué, los hacía estar ahí. Y eso es enorme, es maravilloso. Sentí una felicidad enorme que no me importó cuanta gente había en misa, si mi guitarra estaba afinada, si las chicas cantaban bien. Nada de eso importa cuando la fiesta es de Dios.
Fue durante la cena cuando caí que llevaba mi primer día entero en Río Luján, una jornada entera muy movida pero hermosa. Pensé en el envío misionero de Jesús, en qué cosas estábamos haciendo bien, qué cosas teníamos que mejorar. Pensé en Dios, en los discípulos, pensé en mi parroquia, en San Patricio, en mis amigos, en mi familia, en todas las personas que había conocido gracias a esto. Pensé, durante la cena, en lo hermoso que es poder compartir algo con tantas personas. Pensé en la capilla, ya transformada en casa, como un refugio donde poder abrazarnos espiritualmente entre todos.
Recé con todos a la noche, le dí gracias a Dios por ponerme ahí, le pedí seguir siento instrumento de su paz y, con el corazón lleno, me fui a dormir.