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martes, 17 de mayo de 2011

Jesús: El pastor que invita a pastorear

Vuelvo a las andadas en el mundo del Blog. Ha pasado mucho tiempo desde que escribí mis últimas líneas acá, pasó la semana santa, la pascua, varias cosas interesantes y también algunas aburridas, como todo en mi vida.
La cuestión es que, dentro de ese aburrimiento, no encontraba un poco de inspiración para sentarme a escribir. Por lo menos yo lo considero todo un ritual, hay que estar preparado y atento, no es algo que sale así no más. Así que esperé y esperé, hasta que llegó el momento. Ayer leí, obviamente, la lectura del buen pastor. Una de las más conocidas, de las más famosas. Siempre pienso que estas lecturas, por ser muy conocidas o famosas, no pierden para nada el sentido, sino que, al contrario, las enaltece todavía más. Si 2000 años después seguimos hablando de las mismas lecturas o parábolas, por algo será ¿no?.
Al mismo tiempo, me había quedado el sabor un poco amargo de no haber hecho ninguna reflexión en Semana Santa. Ni siquiera por la pascua.
Así que pensé: "Qué loco lo de este tipo" Jesús apareció hace unos dos mil años (Lo sigue haciendo día a día) y se llamó a sí mismo el Pastor. Pero en vez de guiar a su discípulos a una guerra contra la autoridad romana o de simplemente dedicarse a dar órdenes, el Nazareno se convirtió en el Buen Pastor. En el tipo que se ensuciaba las manos y se dedicaba de lleno a su oveja. Jesús asumió el compromiso de ser el pastor, de ser guía, de ser referente, líder, como quieran llamarlo. Y al asumir ese compromiso, Jesús no se lavó las manos, no cayó en el síndrome de Poncio, se la bancó y se la jugó por sus ovejas, más allá de que muchas de estas le dieron la espalda. En un lenguaje un poco actual juvenil, Jesús se las fumó todas, y así y todo, se quedó. Y no solo eso, invito a sus amigos, a sus discípulos, a la humanidad, a que también se quedara, que se la bancaran, que también sean pastores. Jesús da su vida por las ovejas. Jesús invita a dar la vida.
Resulta que, si Jesús jamás se hubiese ensuciado las manos, si jamás se hubiese ensuciado las manos, jamás hubiese ido a Jerusalem, donde sabía que iba para morir, para entregarse. Cualquier otro, hubiese salido corriendo, porque a eso se refiere Jesús cuando habla del lobo, porque alguien que no se la juega por su rebaño, alguien que no se siente parte de su rebaño, alguien que no da la vida por su rebaño, corre. Huye. Pero Jesús no, se la banca, se la fuma, casi solo, abandonado, pero igual sigue, persiste en la cruz. Y lo hace y lo seguirá haciendo, porque el tipo se la juega por su rebaño.
Pienso todos los días en dar la vida por los demás, por mi rebaño, por mis hermanos. En entregarme como él lo hizo. Y siento que ahí nace lo más difícil de ser cristiano, lo que más cuesta de seguir a Jesús: Entregarnos. ¿O siento lo primero, y pienso lo segundo?
Ensuciarse las manos, meterlas en el barro, es hacerse cargo, bancarsela, fumársela. Quedarse, permanecer en Jesús más allá de todo. No huir, no escapar. Resulta que, más allá de todo, el tipo invita a eso, a pastorear, a dar la vida. Alguien que huye no puede decir que da la vida por sus ovejas.
Todos los días vivo en un mundo, en una sociedad, en una iglesia, en una comunidad, en donde veo que hay cosas que están mal, que a nadie le gusta, que nadie quiere, pero pocos asumen el compromiso de salir a la calle y trabajar para cambiar. El compromiso de ensuciarse las manos, de hacerse cargo, de ser pastores. Eso que alguna vez hicieron tipos como Francisco de Asís. Ese trabajo que invita Jesús de Nazareth, el buen pastor.