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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Río Luján: Día 6

"Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14)

Y así, casi sin darme cuenta, entre el calor y el cansancio, llegué con San Patricio a la última jornada entera en el barrio Río Luján, cerquita de Manzanares, partido de Pilar. Había dormido poco, muy poco, pero me levanté con muchas ganas de disfrutar el día. Iban a ser unas horas muy emotivas. Oración con la cruz tau, desayuno y a ponernos en campaña.
Desde que llegamos al barrio habíamos escuchado mucho sobre una cosa: "El Monte". Pero muchas cosas: "Uh, podrían ir al monte, allí hay un par de casas bien alejadas de todo" "Son unas pocas familias que viven con casi nada, allá donde la memoria no suele llegar" "Ni se les ocurra acercarse al monte, siempre roban, violan, esas cosas" La cuestión es que nos generaba un poco de intriga, mezclado con miedo y emoción. Y habíamos dicho que el último día (Ya con el resto de las manzanas visitadas) íbamos a irnos todos juntos al famoso monte, a ver que onda.

Así que como una verdadera comunidad, salimos todos caminando en dirección al río. Un par de cuadras después, nos encontrábamos sobre las últimas calles del barrio. Allí donde el río suele hacerse presente cuando hay sudestada o marea. Las casas de aquella parte del barrio son precarias, bien humildes, y entre esas calles nos fuimos dirigiendo a nuestro objetivo. Las personas de aquellas casas nos saludaban, muchas ya habían sido visitadas. ¡Cuánta calidez del corazón y agradecimiento hay en aquellas familias!
Un par de cuadras después (Que parecían varios kilómetros por como iba cambiando el paisaje) nos encontramos de repente con un camino que se abría paso entre los árboles del bosque. Sin dudarlo comenzamos a caminar, casi en fila india, por aquel caminito, que cada unos cuantos metros se abría en otros más pequeños. Era una mezcla de aventura y locura, que es más o menos lo mismo. Pero sentía una gran emoción caminando por allí con mis misioneros.
Un rato después divisamos una casa, ¿Sería una de esas famosas casas que estaban al márgen del río? Nos acercamos despacio y aplaudimos desde la cerca, con un poco de temor. Nadie respondió. Volvimos a hacerlo y nuevamente el silencio. Seguimos el trayecto, más allá de no haber podido charlar con nadie, en definitiva si había una casa ¿Por qué no habría varias más? Así que la ilusión y las ganas no desaparecieron.
Tiempito después nos encontramos en el río. No era fácil acercarse, muchos árboles, una pequeña barricada pero pudimos sacar algunas fotos. Era como si nos encontráramos en el medio de la selva en algún país lejano, como en las películas, pero sin embargo estábamos acá no más, a unos kilómetros de la "Civilización"
Decidimos bordear el río hacia el lado del barrio y ver con qué nos encontrábamos. Es que, además del monte, nos habían hablado de un puente. Un puente por donde pasaba el tren seguramente con más frecuencia que ahora. Era como una especie de lugar místico para los jóvenes de otra época. Era allí, según nos decía, donde realmente terminaba Río Luján, por más que solo fuera selva. Así que, si ya estábamos en el monte, ¿Por qué no llegar al puente, al famoso puente?

Bordeando el río fuimos caminando, nos encontramos con un camino un poco más angosto que el anterior. Nos cruzamos a un caballo en el medio, al chasis de lo que alguna vez había sido un auto (Estaba como si hubiese sido incendiado, lo cual me hizo pensar que no quería saber como había llegado ahí) y una especie de barrera que bloqueaba el camino. Que en realidad eran unas ramas de un árbol caído, que tenían bastantes espinas. Pero más allá de parar y sacar algunas fotos o de comernos algún dolor por las espinas (¿Coincidencia con Aranzazu? ¿Quién sabe?) seguimos caminando. De repente nos cruzamos con una camino que volvía hacia el barrio, y desde allí se veían unas casas. Y una, sobre todo, se veía bastante cerca. Era precaria, muy precaria y estaba rodeada de basura. Había un carro cerca y algunos animales, entre ellos unos cachorritos recién nacidos. Con algunos nos dirigimos a la casa y llamamos a la puerta, al toque nos salió al encuentro un hombre de unos treinta años. Recuerdo que en su cara llevaba las marcas de una vida difícil. Nos recibió con muchísima alegría y nos contó de su vida, su infancia dura, sus trabajos en la difícil ciudad, sus trabajos de cartonero, su familia, etc. Nos mostró como se construían, con lo poco que podían, su casa. No hacía mucho que estaban allí, tenían un nene chiquito y vi como, a pesar de todo, se notaba la presencia de Dios allí. Fue una hermosa charla sobre la vida, la ciudad, Dios, nuestras vivencias, y un poco más. Un rato después todos los misioneros entraban al terreno para ver los cachorritos recién nacidos, y jugar con ellos. Fue un hermoso rato, una caricia al alma.
Nos despedimos y vimos algunas casas más, así que un par se fueron para allá, a golpear puertas. Los demás seguimos con nuestro camino, ese mismo que antes bordeaba el río y que ahora parecía que se había alejado.
Ya parecía que esas famosas casas sobre el margen de río no existían, o bien, eran esas que nos habíamos cruzado un ratito antes. Pero igualmente seguimos caminando, aunque sea por una foto en el, a esa altura, tan deseado puente.
Y un rato después vimos un puente, parecía abandonado y no era muy grande. Teníamos que subir hacia el terraplen sobre el que se alzaban las vías. Como grupo lo subimos y al ver que no eran tan grande dijimos de cruzarlo.
Es curioso, a veces cuando menos seguro estas de una cosa es cuando con más decisión decís: Hagámoslo. Y así fue como, aunque seguramente algunos se morían por el miedo a la altura, todos dijimos de cruzarlo, En definitiva no era mucha la altura y tampoco muy largo, así que ¿Por qué no? A algunos le costó, el vértigo suele jugar malas pasadas, y alguno quiso pegar la vuelta pero las ganas de hacerlo todos juntos fue más fuerte. Entonces habiéndolo cruzado seguimos caminando sobre las vías. A esta altura, creo que nada nos importaba, sólo seguir caminando, ver hasta donde llegaríamos como comunidad. Las vias se abrían paso entre la maleza. ¿Nos habremos preguntado si todavía pasaba el tren?
Lo que sé es que después de un tiempito de caminata, llegamos a un segundo puente. Era más grande que el anterior, más largo, parecía más difícil cruzarlo. Algunos se mandaron de una, otros fuimos admirando todo el momento, pero otros dudaron, no querían saber nada.
¿Cruzarlo o no cruzarlo? ¿Volver? ¿Qué habría después? ¿Tenia que ver esto con la misión?
Entre las dudas y el no se qué, me acuerdo que sentí mi voz que decía: "O lo cruzamos todos o no lo cruza nadie"

Jamás voy a saber si alguien escucho cuando dije eso, si alguien lo escuchó y sintió que tenía razón; la cuestión es que de repente estábamos todos juntos cruzando el puente. Algunos ayudaban a otros, una comunidad, viva, hermanada, solidaria. Era una lástima que faltaran algunos en esa experiencia. Recordé la película "Cuenta conmigo", la escena donde cruzan un puente (Obviamente mucho más grande que éste) y se repente llega el tren, la banda sonora todo el tiempo sonando en mi cabeza.
Yo no sé el resto, esa mañana vi luz en mis misioneros.
Una foto todos los que estábamos ese día, algunas risas sobre el río. anécdotas, una vaca apareciendo de la nada, más fotos, un hermoso momento. Al cruzar el puente no me encontré con más casas, sólo la vía que seguía abriéndose paso hacia lo lejos. No había nada raro, nada del otro mundo. Pero si había soñado con esa vía, si había sentido el sentimiento durante todos esos días de que tenía que ir ahí, era por algo. Y solo ver las caras de todos me hizo darme cuenta por qué. Cruzar el puente valió la pena porque nos hizo encontrarnos a nosotros mismos, nos hizo ver como comunidad, como hermanos, llevando luz a todo el mundo. Y como buenos misioneros teníamos que llevarnos luz entre nosotros. Fue encontrarnos como amigos de ese hippie de hace dos mil años, ver como tendíamos la mano al otro, como nos movíamos juntos.

Me fui con algunos más a ver que había más allá en las vías. Unos metros después aparecía otro puente y a lo lejos un barrio privado. Las vías, obviamente, seguían y seguían más allá. No me importó, yo ya había encontrado lo que había ido a buscar. Enorme emoción se llevó mi corazón mientras volvía.
Quizás podría contar sobre la vuelta bajo los rayos del sol, o sobre el almuerzo contándole al Padre Marcelo y a los que no habían estado sobre el puente. Quizás podría contar sobre el descanso donde empezamos a arreglar la vuelta, donde nos seguimos riendo y emocionando por lo vivido. Quizás podría contar sobre los nenes, que vinieron a jugar como todos los días. O de como hicimos unos manteles con pedazitos de tela, simbolizando que estamos unidos, que estamos tejidos entre todos en el amor de Jesús. Podría contar sobre la última misa. Pero no, me quedo con la noche, con el fogón de la noche. Con el barrio, festejando la misión, el encuentro de dos comunidades. Es cierto, eran muchísimos nenes y unos pares de adultos. Pero ¿quién sabe? Quizás allí está el comienzo de una comunidad. Era más gente, en definitiva, que cuando llegamos y nos recibieron solo un par de señoras. Quizás con mas movimiento podríamos hacer algo más.
Repartimos velas entre todos, encendidas con la luz del fogón. Las velas iluminaron el jardincito lindero a la capilla, pero en realidad todos sabemos que algo más iluminaba allí.
La luz del mundo, los jóvenes haciendo presencia. ¿Qué importa la religión? ¿Qué importa la política? El amor es la fuerza más maravillosa y fuerte de todas. Ahí estábamos haciendo gestos de amor y eso es lo que vale. Eso es lo que enseñó Jesús.
Con emoción vi a todos despedirse de cada uno de los nenes. Nos reunimos para cerrar nosotros también la misión, poder hacer un balance, fue un rato fuerte, intenso. Aquella noche no quise dormir, no tenía ganas, solo quería disfrutar el momento, disfrutar de todo lo que mi corazón experimentaba. Tuve varias charlas juntas, varios mates compartidos, varios abrazos; debajo de las estrellas vi a la comunidad San Patricio cerrando su primera experiencia misionera.

En alguna hora alta de la noche, el sueño me venció y me tire en el medio de la capilla. Algunos pasaban a saludar y decirme "Hasta mañana". Me quedé dormido sobre el hombro de alguien y desperté como si estuviese escrito en medio de la noche, pero alguien justo entraba. Una de las misioneras se sentó al lado mío y comenzamos a charlar. Todo lo vivido durante el día, durante las últimas horas, lo vivido aquellos días en Río Luján, el camino durante el año, el trabajar convencido que esos pibes valían oro. Recordé a Jesús y sus apóstoles, sus amigos, recordé la misión, mi vida en la parroquia, recordé y pensé en cada uno de los chicos, en su crecimiento, en todo lo que habían dado. Pensé en cómo seguiría esto, charle con mi amiga sobre cada una de las cosas que nos preocupaban, sobre nuestros dolores, alegrías, emociones al fin. De esas charlas que solo ocurren una vez cada tanto, y solamente con alguien que es muy especial. Recordé, pensé, hablé y solo hice lo que sentí. Lloré. Me apoye sobre su hombro y lloré. Y lloramos, largo rato y en silencio, abrazados. Lloramos y lloramos juntos.
Quizás fue por la emoción o no se qué, muy rápido se me pasó la vuelta al otro día, el desarmado de la capilla y el armado de bolsos. Quizás por eso Río Luján terminó, para mí, aquella noche, la última noche, con Manuela, llorando. Cuando juré, sin dudarlo y con Jesús de testigo, que algún día iba a volver a misionar en Río Luján.
Y pienso hacerlo.

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