Quisiera saber, Señor, ¿Qué fue lo que sentiste?
¿Qué fue lo que sentiste cuando nadie siguió tu camino?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el odio fue mas fuerte que el amor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la hipocresía y la soberbia reinaron entre los "tuyos"?
¿Qué fue lo que sentiste cuando se llenaron de palabras y no de acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que todos pusieron excusas?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el mundo se volvió cómodo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el hombre se dejó vencer por el dolor?
¿Qué fue lo que sentiste cuando tu iglesia se prostituyó?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los que hablaban en tu nombre hicieron exactamente todo lo contrario a lo que tu nombre dice?
¿Qué fue lo que sentiste cuando la injusticia reinó desde lo más interno de quienes hablaron y hablan en tu nombre?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas dejaron de creer en las buenas acciones?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" transaron con el sistema?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los "tuyos" se dedicaron horas en reunirse y no en salir a la calle?
¿Qué fue lo que sentiste cuando el reino se fue a la mierda?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los soberbios ocuparon tu lugar?
¿Qué fue lo que sentiste cuando los mercaderes del templo ocuparon absolutamente todo?
¿Qué fue lo que sentiste cuando las personas olvidaron el perdón?
¿Qué fue lo que sentiste cuando viste que las personas ya no te sentían?
En los momentos difíciles, sosténlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.
lunes, 3 de septiembre de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
Río Luján: Día 4
"Oren sin cesad" (1Tes 5, 17)
El cuarto día tuvo el comienzo más extraño de toda mi misión. Simplemente un hecho: No lo arranque en el barrio, sino en mi casa. Débil, cansado, pero también cómodo. De una manera extraña aparecí cerca de las 8 de la mañana en Río Luján. Llegué para el desayuno, para el comienzo del día. Sólo quería abrazar a todos, tomar mate y salir a las calles.
Recuerdo, sobre todo, un abrazo hermoso. El de esas personas que tanto había pensado estando en mi casa la anoche anterior. Y en seguida, me sentí en la misión nuevamente.
Uno de los chicos se había ido por un motivo, así que esa mañana salimos a misionar de a tres. Con mis dos compañeras (La de todos los días y la de ese día en especial) nos fuimos hacia la otra punta del barrio, cruzando la avenida, casi sobre la Panamericana. Una zona menos pobre, con varias casas y en notable crecimiento. Con el calor de Diciembre en nuestras frentes, caminamos entre las casas en busca de nuestra manzana. Al llegar, nos pusimos en la tarea de golpear puertas. Después de un par de intentos nulos, encontramos la casa de una señora. En sus años entrados vivía para el cuidado de sus nietos y con la tranquilidad de tener a uno de sus hijos con su familia viviendo atrás.
Recuerdo una charla sincera, tranquila, de temas varios, con aquella señora. Mate va, mate viene, charla, anécdota, recuerdos, sociedad, política. ¡Es tan bello misionar! Hablando de cualquier cosa, siempre lo importante es hablar, escuchar, comunicarse, salir al encuentro del otro. En la era de la comunicación, de la tecnología, nos cuesta tanto saber qué piensa, qué opina el otro. Saber qué siente. Así nos encontramos habiendo pasado buena parte de la mañana. La recuerdo contando que creía que la casa del hijo estaba endemoniada o algo así. La recuerdo también, como muchas otras personas, extrañada por la presencia de jóvenes en el barrio, durmiendo en la capilla, recorriendo casas, jugando con nenes, hablando de Jesús.
Jesús...Ese día lo pensé tanto, como siempre, pero de otra manera. Lo imaginé misionando y me preguntaba cómo iba encontrando fuerzas, ganas, etc. Me lo imaginé en constante oración y me pregunté cómo sería. Pensé tanto en eso durante ese día que de repente me encontré rezando durante varios momentos. Casi sin darme cuenta, le pedía a Dios por esa señora, por aquel barrio...
Cerca del mediodía nos pusimos a charlar con un señor en la puerta de su casa. Hermosa charla debajo del sol. Una historia interesante, venidos de Tucumán, anécdotas de pueblo, de fé, de vida. Nos encontramos ideando una procesión desde aquella parte del barrio, alejada del resto. Porque si bien eran un par de cuadras, esa avenida separaba mucho. Recuerdo también, sin darme cuenta, encontrarme rezando por aquel hombre, por su familia.
Y bajo el sol nos pusimos en camino al Merendero para almorzar, y en aquella comida nuevamente lo mismo: Me encontraba rezando, pidiéndole a Dios por mis misioneros, por todo lo que estaba aprendiendo de ellos, por todo lo que me transmitían, por todo lo que representaban y representan para mí. Me encontré rezando por los chicos que unas horas más tarde vendrían a jugar.
Y fue esa tarde que también viví un momento intenso. Fue la tarde en que aquel nene me contó, me deslizó que creía en Jesús, que lo había "visto". Nunca supe, y en realidad mucho no quise saber, a qué se refería con haberlo visto. Pero la sonrisa cuando me dijo eso no me la borro más. Quizás solo fue un nene diciendome lo primero que se le ocurría en la cabeza pero en el fondo me marcó. De repente tuve enormes ganas de agarrar la guitarra y ponerme a cantar. Y así fue, tomé la viola, busqué la voz más maravillosa de todas y nos pusimos a cantar con aquellos pibitos de Río Luján.
Fue una de las tardes más lindas que viví en mi vida. Y sí, efectivamente, me encontré rezando mientras cantaba, me encontré rezando mientras servía la merienda, mientras explicábamos la señal de la cruz a los nenes...
Tanto recé ese día que también estuvimos adorando un rato en la capilla. No recuerdo haber ensayado ese día ni tampoco haber preparado la adoración en esos días. Pero tampoco recuerdo haber tocado mejor que esa vez o escuchar tan hermosas voces como la de aquella oportunidad. Un rato, para nosotros, sin ensayo, solo con el amor de entregarnos a Dios.
En la cena de esa noche pensé en por qué había estado rezando todo el día y me acordé de algo: Esa noche daba, con mi compañera de misión, una oración para todo mi grupo. Y en mis pensamientos de aquellos días siempre había estado presente una imágen: Jesús caminando pueblo a pueblo, misionando, esperanzando a la gente. Y me lo imaginé de la única manera que pudo haber sido: Pobre.
Jesús descalzo, con poco y nada, con algunos amigos yendo de acá para allá. Haciéndose pobre para sanar a los pobres. Pobre que, en definitiva, somos todos.
Jesús que combate la pobreza desde la pobreza.
Así que aquella oración de la noche solo podía girar en una cosa: La pobreza. El hacernos pobres: Dormir en el suelo de la capilla, bañarnos en aquella improvisada ducha, comer lo que había, cargar con el sueño, el cansancio y el calor.
"Hazme pobre, siempre pobre" cantamos todos y eso le pedí a Dios e invité a todos a hacer lo mismo. Ser misionero es ser pobre, llevar la pobreza de Jesús en el corazón. Esa que nos llama a, justamente, combatir la pobreza, la opresión, las injusticias de nuestro mundo. Este mundo que tanto amor le hace falta.
Cerré los ojos aquella noche de Miércoles dándome cuenta que, durante todo el día y durante todos esos días, estaba siendo testigo del Amor.
El cuarto día tuvo el comienzo más extraño de toda mi misión. Simplemente un hecho: No lo arranque en el barrio, sino en mi casa. Débil, cansado, pero también cómodo. De una manera extraña aparecí cerca de las 8 de la mañana en Río Luján. Llegué para el desayuno, para el comienzo del día. Sólo quería abrazar a todos, tomar mate y salir a las calles.
Recuerdo, sobre todo, un abrazo hermoso. El de esas personas que tanto había pensado estando en mi casa la anoche anterior. Y en seguida, me sentí en la misión nuevamente.
Uno de los chicos se había ido por un motivo, así que esa mañana salimos a misionar de a tres. Con mis dos compañeras (La de todos los días y la de ese día en especial) nos fuimos hacia la otra punta del barrio, cruzando la avenida, casi sobre la Panamericana. Una zona menos pobre, con varias casas y en notable crecimiento. Con el calor de Diciembre en nuestras frentes, caminamos entre las casas en busca de nuestra manzana. Al llegar, nos pusimos en la tarea de golpear puertas. Después de un par de intentos nulos, encontramos la casa de una señora. En sus años entrados vivía para el cuidado de sus nietos y con la tranquilidad de tener a uno de sus hijos con su familia viviendo atrás.
Recuerdo una charla sincera, tranquila, de temas varios, con aquella señora. Mate va, mate viene, charla, anécdota, recuerdos, sociedad, política. ¡Es tan bello misionar! Hablando de cualquier cosa, siempre lo importante es hablar, escuchar, comunicarse, salir al encuentro del otro. En la era de la comunicación, de la tecnología, nos cuesta tanto saber qué piensa, qué opina el otro. Saber qué siente. Así nos encontramos habiendo pasado buena parte de la mañana. La recuerdo contando que creía que la casa del hijo estaba endemoniada o algo así. La recuerdo también, como muchas otras personas, extrañada por la presencia de jóvenes en el barrio, durmiendo en la capilla, recorriendo casas, jugando con nenes, hablando de Jesús.
Jesús...Ese día lo pensé tanto, como siempre, pero de otra manera. Lo imaginé misionando y me preguntaba cómo iba encontrando fuerzas, ganas, etc. Me lo imaginé en constante oración y me pregunté cómo sería. Pensé tanto en eso durante ese día que de repente me encontré rezando durante varios momentos. Casi sin darme cuenta, le pedía a Dios por esa señora, por aquel barrio...
Cerca del mediodía nos pusimos a charlar con un señor en la puerta de su casa. Hermosa charla debajo del sol. Una historia interesante, venidos de Tucumán, anécdotas de pueblo, de fé, de vida. Nos encontramos ideando una procesión desde aquella parte del barrio, alejada del resto. Porque si bien eran un par de cuadras, esa avenida separaba mucho. Recuerdo también, sin darme cuenta, encontrarme rezando por aquel hombre, por su familia.
Y bajo el sol nos pusimos en camino al Merendero para almorzar, y en aquella comida nuevamente lo mismo: Me encontraba rezando, pidiéndole a Dios por mis misioneros, por todo lo que estaba aprendiendo de ellos, por todo lo que me transmitían, por todo lo que representaban y representan para mí. Me encontré rezando por los chicos que unas horas más tarde vendrían a jugar.
Y fue esa tarde que también viví un momento intenso. Fue la tarde en que aquel nene me contó, me deslizó que creía en Jesús, que lo había "visto". Nunca supe, y en realidad mucho no quise saber, a qué se refería con haberlo visto. Pero la sonrisa cuando me dijo eso no me la borro más. Quizás solo fue un nene diciendome lo primero que se le ocurría en la cabeza pero en el fondo me marcó. De repente tuve enormes ganas de agarrar la guitarra y ponerme a cantar. Y así fue, tomé la viola, busqué la voz más maravillosa de todas y nos pusimos a cantar con aquellos pibitos de Río Luján.
Fue una de las tardes más lindas que viví en mi vida. Y sí, efectivamente, me encontré rezando mientras cantaba, me encontré rezando mientras servía la merienda, mientras explicábamos la señal de la cruz a los nenes...
Tanto recé ese día que también estuvimos adorando un rato en la capilla. No recuerdo haber ensayado ese día ni tampoco haber preparado la adoración en esos días. Pero tampoco recuerdo haber tocado mejor que esa vez o escuchar tan hermosas voces como la de aquella oportunidad. Un rato, para nosotros, sin ensayo, solo con el amor de entregarnos a Dios.
En la cena de esa noche pensé en por qué había estado rezando todo el día y me acordé de algo: Esa noche daba, con mi compañera de misión, una oración para todo mi grupo. Y en mis pensamientos de aquellos días siempre había estado presente una imágen: Jesús caminando pueblo a pueblo, misionando, esperanzando a la gente. Y me lo imaginé de la única manera que pudo haber sido: Pobre.
Jesús descalzo, con poco y nada, con algunos amigos yendo de acá para allá. Haciéndose pobre para sanar a los pobres. Pobre que, en definitiva, somos todos.
Jesús que combate la pobreza desde la pobreza.
Así que aquella oración de la noche solo podía girar en una cosa: La pobreza. El hacernos pobres: Dormir en el suelo de la capilla, bañarnos en aquella improvisada ducha, comer lo que había, cargar con el sueño, el cansancio y el calor.
"Hazme pobre, siempre pobre" cantamos todos y eso le pedí a Dios e invité a todos a hacer lo mismo. Ser misionero es ser pobre, llevar la pobreza de Jesús en el corazón. Esa que nos llama a, justamente, combatir la pobreza, la opresión, las injusticias de nuestro mundo. Este mundo que tanto amor le hace falta.
Cerré los ojos aquella noche de Miércoles dándome cuenta que, durante todo el día y durante todos esos días, estaba siendo testigo del Amor.
jueves, 19 de abril de 2012
Río Luján: Día 3
"Dejen que los niños vengan a mi" (Mt 9,14)
Cuando transitas más de un día misionando, comienzan a aparecer las incomodidades y se empiezan a manifestar en el cuerpo de uno. No solo físicamente sino también emocionalmente.
Aquel Martes me desperté con cansancio y algo que no andaba bien dentro mío. Un poco débil y con mucho calor. Pero poco me importó a la hora de ponerme en marcha en mi jornada misionera. Un desayuno en comunidad, preparado por mi compañera y por mí (Con donación de galletitas y pan incluida) y una bonita oración. Puesto en manos de Dios comenzamos con tareas "administrativas" Repartir manzanas, tachar otras que no existían, etc. Brindé mi bendición a dos de las chicas y viví una mañana diferente. Es que a veces, en una misión, hay que hacer otras tareas.
Salí con mi compañera y uno de los misioneros a recorrer el barrio. De punta a punta, con el objetivo de comprobar los mapas que nos habían dado. ¿Cuántas manzanas había? ¿Dónde terminaba el barrio? Bajo el sol pero con muchas ganas nos dedicamos a la tarea. Fuimos recorriendo Río Luján, con los pies en la calle y con los dedos en el mapa. Llegamos a uno de los límites y bordeamos por la última de las calles, fuimos yendo hacia el río, mientras la poca urbanización desaparecía (En cuestión de un par de cuadras) y nos metíamos en la nada, en el campo que más allá se hacía selva. Nos fuimos yendo y metiendo, hasta entrar en un camino, corto, angosto que se metía entre árboles y vegetación en la nada. Lo que las personas de allí llamaban "El Monte", aunque solo estuviera a unos cuantos metros. Con sorpresa descubrimos una casa, media perdida, habitada por lo que vimos, pero nadie apareció. Llegamos, un rato después, al margen del río y seguimos por ahí hasta pegar la vuelta y salir, aparecer, en una de las calles del barrio.
Seguimos caminando y nos dirigimos a la otra punta. Volvimos a la capilla, tomamos agua y seguimos. Cruzamos una pequeña avenida, que lleva a Manzanares, y nos metimos del otros lado. A un barrio encajado entre un gigantesco barrio privado, un club y la Panamericana. Un par de cuadras, pintorescas que también debíamos misionar. Contamos las cuadras y por simple curiosidad caminamos hacia el lado de Manzanares, pateando entre los barrios privados. Un contraste terrible y triste. La pobreza del barrio y la riqueza de los "barrios". Casi derretidos pegamos la vuelta, habiendo confeccionado un mapa nuevo con las manzanas y casas que nos faltaban visitar.
En el almuerzo la misión ya tenía eje para los próximos días. Así que tranquilo, aunque raro por dentro, descansamos un rato. Aunque no fue muy descanso, mucha música, mucho ensayo. Esas tardes bajo la sombra del pequeñito árbol del jardín de la capilla con la mejor de las compañías son uno de los grandes recuerdos de esos hermosos días.
Pero el gran momento del día llegaría unas horas después, cuando de la nada, sin esperarlo, el jardín de la capilla y la calle misma se llenaron de nenes. Parecía que todo el barrio estaba ahí. Creo que la emoción del primer día se convirtió en un poco de nerviosismo: "¿Ahora que hacemos?" Recuerdo estar limpiando la herida de un nene mientras otro me preguntaba quiénes eramos nosotros y por qué hacíamos esto. Creo que no encontré respuesta.
En todas mis experiencias misioneras, siempre hay un día con los nenes que te marca el click. De repente las cosas cambian y la misión se vuelve de otro color. Es como que en medio del caos siempre aparece Jesús para reflotar en el corazón de todos. Aquel día creo que apareció para seguir dando aliento, para poner paz pero también recordando: "Dejen que vengan a mi". O sea, si la capilla tenía que llenarse de nenes, no era voluntad nuestra sino de él. Y nosotros solo eramos, somos, servidores del amor de Jesús, instrumentos de su paz, herramientas para construir un mundo mejor. ¿Y por dónde empezar sino es por los más chicos?
Recuerdo no haber pensado nada de esto en ese momento. Veía a mi querida comunidad San Patricio de acá para allá y pensaba, sentía, el cansancio que tenía encima. Algo, evidentemente, no estaba bien dentro mío. Maldita sangre y maldita mala memoria de olvidarme las inyecciones...
La misa de ese día fue rara, la capilla de a poco se iba llenando pero los nenes no parecían comportarse como, aparentemente, se debe. Y pensé: "La prefiero con menos gente pero bien" Sin embargo volví a recordar a Jesús.
Al caer la tarde el cansancio por tantas corridas con los nenes había dejado un clima raro, mitad desaliento mitad desánimo. Y yo al borde del desmayo. Pensé en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme, en quedarme, en irme...
Casi a la medianoche, con dolor, decidí pegar la vuelta. Pasar una noche en casa, con inyección incluida para poder estar 10 puntos al otro día. Fue uno de los momentos más dolorosos pero también el rebaño debe crecer decía el pastor.
Le pedí a Dios por los chicos del barrio. Le pedí que no apague jamás el impulso que habían sentido por ir a jugar con nosotros. No me importó, después, si iban a hacer cualquiera o si prestaban atención. Por algo se empieza, y ese algo siempre suele ser el llamado de Dios. Le agradecí por conocer personas tan hermosas y con suero en sangre me fui a dormir.
miércoles, 28 de marzo de 2012
Río Luján: Día 2
"En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos" (Mt 6, 7)
La segunda jornada de nuestra misión comenzó la mañana del 26 de Diciembre, temprano para aprovechar el día, con mucho sueño pero también con muchas ganas. Tuvimos nuestra oración de la mañana y partimos a desayunar. Partimos, sí, porque no lo hacíamos en la capilla (Por lo menos no ese día). El merendero del barrio, atendido por una humilde pero generosa familia, fue una especia de segunda casa durante esos días. ¿Qué hubiese sido de los apóstoles, de los primeros misioneros, si no recibían alguna ayuda de alguna persona en los lugares que visitaban? Sin la ayuda que recibimos de estas personas esos días de Río Luján jamás hubiésemos podido misionar.
Entonces salimos a llevar la palabra de Jesús, y vale la expresión: Cagados en las patas. Como los primeros misioneros, de dos en dos (A veces de a tres), puerta por puerta, bajo el sol, y que sea lo que Dios quiera. No es fácil golpear una puerta y hablar, uno recuerda las veces que se trata mal a alguien que viene por algo así a nuestras casas. Creo que ese recuerdo genera miedo. Y muchos menos saber de qué hablar, cómo encarar una charla, etc.
Aquella mañana, con mi compañera, tuvimos un par de rechazos en algunas casas, hasta que llegamos a la casa de Margarita, una histórica vecina de Río Luján, casi la única persona que trabaja activamente en la capilla Santa Teresa (Inaugurada en 2011). Entre mate y mate (infaltables en una misión) y mientras atendía, cada tanto, el pequeño kiosco que armó en su casa, Margarita nos contó de su vida. Su llegada al barrio hace más de treinta años, el crecimiento de Río Luján, anécdotas, tristezas, luchas y por sobre todo su esfuerzo para construir una comunidad alrededor de la capilla. Su esfuerzo que muchas veces fue fracaso. Pensé mientras se hacía el mediodía: Qué difícil es cuando uno está solo, cuando no hay una familia, un grupo, una comunidad detrás tuyo. Pero también recordé que el esfuerzo de años da su frutos. En sí Jesús no estaba muy acompañado que digamos mientras cargaba la cruz ¿no?
Cuando la mañana ya se había hecho mediodía, y luego de conocer al marido de Margarita, emprendimos el regreso al merendero, donde también almorzábamos. Llegamos últimos, todos no esperaban sentados para comer. Y mientras empezamos con el arroz que sería menú de varios días, comenzamos también las charlas post primera experiencia de misión. A algunos les había más o menos bien, alguna charlita en la puerta de la casa de algún vecino, otro había podido compartir un mate, otra había hablado con alguien que quería una bendición del Padre Marcelo a su casa...
Alguno había tenido una muy buena charla con personas de otra religión, algo que, gracias a Dios, se repetiría varias veces a lo largo de la misión. Otros no había logrado charlar con nadie o nadie les había dado bola. En general el sentimiento era un sin sabor, por un lado bien pero algo había faltado.
Suele pasar en las misiones, a veces la bienvenida no es la mejor, pero la fuerza del espíritu suele reconfortar esos corazones misioneros.
Sin dejar sacar muchas teorías, nos fuimos a descansar un rato y preparar la tarde, momento de corridas y trabajo. Jamás pensé que llegarían en esos días la cantidad de nenes que llegaron para jugar con nosotros. Jugar y compartir a Dios. Como un mensaje del cielo: "Acá hay mucho por hacer, no se desanimen". Juegos, canciones, fútbol, Jesús, merienda, todo en un par de horas. Recuerdo una nena, seis o siete años, nunca le pregunté el nombre, hoy lo sé, que hablando y jugando me dijo: "La estoy pasando bien". Fue nada y tanto al mismo tiempo. Fue Jesús, en persona, apareciendo ahí, diciendo que las cosas que hacíamos estaban bien, que valía la pena el esfuerzo del año, de los encuentros, de los sacrificios.
Muchos nenes se quedaron a misa después, con las pocas personas que venían a misa, y con los misioneros. Me importó tan poco que hicieran ruido o que quizás no entendieran nada de lo que pasaba en la misa. Porque algo, no se bien qué, los hacía estar ahí. Y eso es enorme, es maravilloso. Sentí una felicidad enorme que no me importó cuanta gente había en misa, si mi guitarra estaba afinada, si las chicas cantaban bien. Nada de eso importa cuando la fiesta es de Dios.
Fue durante la cena cuando caí que llevaba mi primer día entero en Río Luján, una jornada entera muy movida pero hermosa. Pensé en el envío misionero de Jesús, en qué cosas estábamos haciendo bien, qué cosas teníamos que mejorar. Pensé en Dios, en los discípulos, pensé en mi parroquia, en San Patricio, en mis amigos, en mi familia, en todas las personas que había conocido gracias a esto. Pensé, durante la cena, en lo hermoso que es poder compartir algo con tantas personas. Pensé en la capilla, ya transformada en casa, como un refugio donde poder abrazarnos espiritualmente entre todos.
Recé con todos a la noche, le dí gracias a Dios por ponerme ahí, le pedí seguir siento instrumento de su paz y, con el corazón lleno, me fui a dormir.
martes, 27 de marzo de 2012
Río Luján: Día 1
Hace varios años ya que los 25 de Diciembre no son como solían ser. Pero para bien. Hace unos años que cada Navidad corto con el festejo familiar antes de tiempo para armar el bolso, preparar cosas a último momento y partir rumbo a misionar.
Este 25 de Diciembre de 2011 me tocó partir a Río Luján, un pequeño y humilde barrio cerca de Manzanares, partido de Pilar. Perdido entre muchos barrios privados, clubes, las vías del TBA y la Panamericana. Un destino para poco más de 22 jóvenes dispuestos a brindar su corazón.
Nuestro viaje fue en un micro escolar, post despedida y bendición de la comunidad de Aranzazu, padres y amigos. Un viaje corto pero divertido, pensar que en alrededor de una hora ya estamos ahí.
Al llegar al barrio, luego de bajar nuestros bolsos, materiales y alimentos, celebramos la misa con la comunidad local. Pocas personas, casi ninguna, en la fecha del nacimiento de Jesús. Nuestra sorpresa fue grande pero no desalentadora. Sabíamos que teníamos que trabajar bastante.
Luego de la misa, empezamos a acomodarnos. La capilla Santa Teresa tenía que convertirse en nuestro hogar. Para eso colgamos unas telas para improvisar una división en la capilla: El centro donde rezábamos y un "Cuarto" para las chicas y otro "Cuarto" para los chicos. Al mismo tiempo improvisamos la ducha, afuera, en el parque de la capilla. Nos familiarizamos con las instalaciones, descubrimos que los ventiladores eran solo decoración, y preparamos el corazón.
Fue durante la cena que viví una de las experiencias más hermosas de mi vida. Resulta que como era la primera noche, cada uno de nosotros llevábamos algo para comer (Bueno o casi todos) y lo compartíamos. En el medio de la capilla, pusimos una mesa con lo que cada uno había traído más unas donaciones que habíamos recibido cuando llegamos, y nos sentamos todos en el piso, alrededor de la mesa. Nadie nos conocía en el barrio, nadie sabía que habíamos llegado; más que bancarnos entre nosotros no podíamos hacer.
Fue entonces que me sentí un discípulo de Jesús, como en Hechos. Aquellos de la lectura: "Se Mantenían unidos y ponían todo en común". Sentí una fuerza en el corazón enorme, que me dio muchísimas ganas de ponerme al servicio de todos, de abrazarlos a todos porque estaban inspirándome. Me sentí como Pedro, como Juan, como Santiago. Entendí porque era tan importante mantenernos unidos, porque sabíamos que quizás, afuera, nos podría recibir bien pero también mal. Pero nos teníamos los unos a los otros. Sentí que si alguna vez había defendido el concepto de amistad en Jesús valió la pena.
Aquella primera noche pusimos la misión en manos de Jesús, charlamos cuestiones técnicas y, tarde, nos fuimos a dormir. Aunque fuimos varios los que no pudimos descansar mucho aquella noche, entre nervios, emoción, anécdotas, chistes e incomodidad, el sueño no llegaba fácil.
Recuerdo que esa noche pensé: Esto es, sin dudas, lo que más me gusta hacer en la vida.
Los días siguientes me darían la razón.
martes, 10 de enero de 2012
Los primeros misioneros
"Se mantenían unidos y ponían todo en común"
He vuelto de misionar, una vez más. He comenzado dos nuevas misiones. Estuve en el barrio Río Luján, Manzanares, partido de Pilar, entre el 25 y el 31 de Diciembre del año pasado (Ya se puede decir año pasado); y luego estuve entre el 1 y el 8 de Enero de este año, en Ranchos, General Paz, Buenos Aires.
Dos misiones hermosas, distintas, con cosas en común y cosas particulares de cada comunidad. Con el grupito de San Patricio recorrimos las precarias calles y casitas del barrio Río Luján. Entre pobreza, abandono, olvido y suciedad, intentamos llevar la palabra de Jesús. Aún siendo con la palabra, y sin importar si la persona es o no creyente, para esa persona que nos recibe es todo un evento. Y sin lugar a dudas, quien mejor te recibe. Porque en el olvido, aparecen unos personajes que vienen a decir que hay alguien que no olvida. Y así estamos llevando la palabra de Jesús, aunque quizás ni lo nombremos, ni abramos una biblia o recemos. Solo el hecho de estar allí, es llevar a Jesús...Mejor dicho encontrarlo a Jesús. En casas pobres, bien pobres, abandonadas y de semblante triste; puedo decir que en esas casas encontré a Jesús. Y descubrí que era un Jesús completamente diferente al que yo decía llevar.
Paramos en la capilla Santa Teresa, que por unos días fue nuestro hogar. Todos los días armábamos las bolsas de dormir, colchones, etc para dormir, y luego volvimos a dejar la capilla en condiciones para la misa. Vivíamos con una pequeña cocina, un pequeño baño en malas condiciones y una ducha externa, afuera, en el jardín, precaria, donde podíamos meter algún baño de vez en cuando. Pero nos manteníamos juntos, siempre de buen humor, chistes y guitarra de por medio, para que nadie esté mal, para bancarnos.
Por momentos nadie nos recibió, es que pocos sabían que íbamos a visitar las casas del barrio, y fue un poco triste las primeras dos jornadas, pero con el aliento del espíritu santo seguimos adelante, y logramos recorrer todo el barrio (Hasta unas casas en el monte) y llevarnos unas hermosas experiencias.
La comunidad de Ranchos era un poco diferentes pero tenía sus semejanzas. Juntos a mi amada comunidad San Francisco Javier, estuvimos recorriendo una parte del pueblo, un barrio llamado Cuartel Segundo (Del otro lado de la vía), donde hacía bastante que no se realizaba algo así. Pero al igual que en Pilar, la comunidad casi no sabía que estaríamos allí. Fue un poco frustrante para varios de nosotros al principio pero no nos desanimamos, nos bancamos entre nosotros, y seguimos adelante. Fuimos recorriendo casas y descubrimos que la comunidad nos necesitaba aunque no nos esperaba. Conocimos gente maravillosa, encuentros hermosos, jóvenes con ganas de laburar por su comunidad (¿Hay algo mas hermoso y motivador?) y nos llenamos el corazón.
Entre esos días pensaba, reflexionaba. ¿Cómo eran las primeras misiones de los primeros cristianos? Me imagino a Pedro, Pablo y un par llevando la palabra de Jesús. En cada pueblo al que llegaban seguramente nadie los conocía, nadie los esperaba. Tenían que ir a hablar de Jesús pero desde cero, contando absolutamente todo. Y se deben haber llevado más de un rechazo, ¿Cuántas veces los deben haber sacado a las patadas de las casas? Así que seguramente cuando volvían a la noche a sus refugios, no les quedaba otra más que bancarse entre todos, compartir y poner en común absolutamente todo (No solo lo material) y en comunidad hacerle frente a la adversidad, compartiendo el pan y rezando juntos.
Creo que lo viví estos días en Río Luján y en Ranchos fue de lo más parecidos (Hasta ahora) a aquella lectura de Hechos.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Lo que agrada a Dios
Hoy es simplemente una canción, sencilla, como lo que aclama. La pobreza y humildad de Jesús en cada uno de nosotros.
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